Cinco días después de la deportación desde Venezuela de la prófuga excongresista Aida Merlano, su arribo al país sigue dando de qué hablar. Pero no por lo que la opinión pública esperaría de ella: reveladores testimonios sobre nuevos implicados en corrupción electoral en el Atlántico o entrega de pruebas relacionadas con actuaciones delictivas de los involucrados en los procesos en los que ha declarado. Merlano desata polémica e indignación en distintos sectores políticos, de la justicia y la opinión pública por el show mediático en el que quedó reducido su retorno.
Entre los más descolocados por lo sucedido, inicialmente en el aeropuerto de Bogotá y luego en la sede de la Dijín, el fiscal General, Francisco Barbosa. Sin pelos en la lengua, no ha ahorrado epítetos para expresar su desconcierto por el “espectáculo grotesco”, “vergüenza de la Policía Nacional” o “recibimiento apoteósico” que comprometió a Merlano y a actores institucionales. Cuestiona con irrebatibles argumentos el carácter de un procedimiento, a todas luces, inusual, sin precedentes, transmitido en vivo y en directo por primera vez en nuestro extenso historial de deportaciones o extradiciones, y en el que sus protagonistas parecían no estar improvisando.
Por el contrario, quienes acompañaron el arribo de la exsenadora, funcionarios de Migración Colombia, Defensoría del Pueblo, Inpec y Policía Nacional, desempeñaron a cabalidad un papel de extrema condescendencia con la recién llegada, que se dejaba querer. El orden del día se ejecutó sin reparos ni reticencias. ¿Por qué? ¿Fue, acaso, una directriz impartida en ese sentido? El ministro de Justicia, Néstor Osuna, otro que habló del trato ‘farandulero’ del caso, según sus palabras, se desmarca por completo. O lo que es lo mismo, a él que lo esculquen. La deportación no fue de su competencia, dijo, ni tampoco le interesa si Merlano venía bien vestida, si habló en rueda de prensa o si se tomó fotos para el recuerdo. Se queda con que fue deportada y está nuevamente tras las rejas para responderle a la justicia.
Válido, sin duda, pero también convendría conocer si este episodio estrenó una nueva política del Gobierno o de la Policía en procedimientos similares, lo que supondría un cambio radical de los protocolos que los han guiado desde siempre. ¿O es que en este caso no se siguieron? No existen dudas de que Merlano recibió, de acuerdo con las primeras fotografías e imágenes conocidas, un trato preferencial en su traslado desde Caracas, donde permaneció tres años detenida. Por cierto, ¿en qué condiciones transcurrió esa reclusión que confía ahora su defensa pueda ser tenida en cuenta en el cómputo total del cumplimiento de su pena? Difícilmente, eso se sabrá dada la opacidad del régimen de Nicolás Maduro, al que la excongresista pidió protección porque en Colombia su vida corría serio peligro, como ha dicho tantas veces.
Merlano postergó este martes una diligencia de versión libre ante la Corte Suprema por una investigación en su contra por corrupción al sufragante, la primera tras su vuelta, mientras que el director de la Policía, general Henry Sanabria, no le podrá hacer el quite al fiscal Barbosa, que lo citó, para que aclare los pormenores del procedimiento. El oficial, hombre de crípticas palabras, se decantó por las buenas formas al indicar que en el recibimiento privilegiado de la exparlamentaria “lo cortés no quitó lo valiente” y que las declaraciones de la deportada se ampararon en el artículo 20 de la Constitución sobre el derecho a la libertad de expresión. Desde que se inventaron las excusas, no se queda mal y a nadie se le puede dejar la mano extendida. ¿O no general? Tampoco un bolso tan caro se podía quedar sin custodia. De pronto, se perdía.
A simple vista, demasiados detalles marcaron diferencia frente a las muchas deportaciones que la Policía ha tramitado sin ningún esmero. Por razones que despiertan recelo o suspicacias, esta vez fue diferente. En plena zarabanda y, pese a que desde distintos flancos se intenta relativizar, para centrarse en lo importante que es, indudablemente, que Merlano hable con la verdad y revele pruebas, no nos resignamos a aceptar que el cinismo se convierta en la forma refinada de la conveniencia o la incompetencia de quienes justifican lo injustificable. Las maneras, sobre todo, las correctas, claro que importan, así incomoden y salpiquen al que tengan que hacerlo, en especial a quienes se adjudican, por su arrogancia, un valor que están lejos de poseer.