Se agota el tiempo para actuar de manera decidida contra el avance inexorable del cambio climático. Lo más paradójico es que aunque no tenemos un minuto que perder para tomar medidas que enfrenten esta emergencia sin precedentes, la humanidad se resiste a cambiar su forma de relacionarse con el planeta que es el único que tenemos.

Vivimos situaciones de auténtica crisis ambiental, asociadas a cuestiones sociales, económicas e incluso éticas, que se ignoran por letargo o indiferencia, en una absurda huida para evitar hacer lo correcto. Negar lo evidente es el camino fácil de los escépticos, indolentes e inmovilistas. Así que, aunque a muchos les cueste creerlo, la realidad nos dice que más temprano que tarde la implacable dinámica inherente al calentamiento global nos devolverá una factura absolutamente impagable.

No hace falta buscar sus efectos a miles de kilómetros de distancia. En nuestro entorno, la acelerada erosión en la franja costera, las cada vez más elevadas temperaturas, el estrés hídrico o el torrencial invierno con sus devastadores destrozos en Barranquilla y municipios del Atlántico muestran que corremos evidente peligro. No son casos aislados, sino episodios recurrentes que nos convocan a tomar el asunto en serio, en vez de exigirles a los demás, que a título personal o colectivo, se responsabilicen de nuestra inacción, mientras el clima va haciendo inhabitable la casa común. ¿Exageración? Pues, los hechos están ahí, son visibles y, además, van en aumento.

El verano pasado en Groenlandia, la gran isla del Ártico, se derritieron capas de hielo que originaron ríos equivalentes al volumen de agua de 7,2 millones de piscinas olímpicas que se dirigieron al mar. Consecuencia de las inusuales temperaturas de casi 16 grados centígrados registradas. Esa es una de las muchas señales de las que se hicieron eco los científicos del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, que en su cuarto y último informe, revelado esta semana, insistieron en pronosticar un inminente escenario catastrófico, con un aumento de 3,2 grados centígrados en la temperatura global, si no se incrementan los esfuerzos para reducir a la mitad las emisiones de gases contaminantes, antes de 2030, en tanto se invierten recursos para restaurar o regenerar el descalabro causado por la mano del hombre.

Todo lo hecho hasta ahora en términos de adaptación y mitigación se queda corto ante la dimensión de la emergencia. Se avanza, pero no lo suficiente para redirigir la acción climática hacia el desarrollo resiliente. Nada distinto a entender que es más barato destinar fondos a descarbonizar progresivamente la economía o a financiar iniciativas de energías renovables en el marco de una razonable transición energética que a tener que pagar los ruinosos impactos de la crisis medioambiental. Uno de ellos, las gravísimas enfermedades provocadas por contaminación atmosférica. Por sus incuestionables beneficios, la receta para salvar al planeta resulta simple, pero requiere un consenso general al que, por razones políticas y económicas, todavía no se llega. Incomprensible que sigamos mitigando daños, en vez de dejar de causarlos. Nada más cierto que el sentido común es el menos común de todos los sentidos. Permanecemos en estado de alarma sin aplicar necesarios cambios transformadores en los sectores industrial, del transporte y la energía ni modificar nuestros nocivos hábitos de consumo y estilos de vida.

Que el ejemplo comience por donde toca. Sin dilaciones, el Gobierno, con los ministerios de Minas y Ambiente a la cabeza, debe acelerar sus movimientos para destrabar o echar a andar proyectos renovables que llevan años varados por conflictos sociales o ambientales en los territorios. Ese impulso, con responsabilidad, minimizando riesgos y usando las posibilidades disponibles, sería invaluable en el camino, no exento de obstáculos, para asegurar el futuro sostenible que se nos escapa a diario. También sería conveniente que quienes puedan se sumen esta noche a La Hora del Planeta, una iniciativa global que nos convoca a apagar las luces durante una hora entre las 8:30 y 9:30 de la noche para sensibilizarnos de esta causa que es común.