Las estrategias contra la desigualdad de género y, en especial, contra su peor cara: la violencia, no transformarán el imaginario machista de un día para otro. Encaramos, y conviene entenderlo así, una batalla de largo aliento por la reivindicación de los derechos de las mujeres frente a la que no se puede ceder ni un milímetro. Saquémonos de la cabeza que esta va a acabar o pasar a segundo plano el 31 de marzo, cuando diremos adiós al mes en el que se conmemoró con bombos y platillos el Día de la Mujer. ¡Qué va! Eso es ingenuo, por no decir que hipócrita. El 1 de abril no desaparecerán, como por arte de magia, los feminicidios, abusos sexuales, acosos digitales, la brecha salarial o tantas otras prácticas ocultas de discriminación hacia mujeres y niñas que les causan inmenso dolor. Todos los días del año, así suene a frase de cajón, deben ser 8M.
Esta es una oportunidad para dejar de fallarles. Hagamos de la defensa de la igualdad de género un compromiso permanente sin límites, dogmatismo ni cerrazón. Lo que está en juego es la vida misma de quienes no conocen forma distinta de relacionarse con los hombres, sean sus padres, hermanos o parejas, que el sometimiento violento. Desmontar las conexiones intergeneracionales basadas en la desigualdad es un primer paso para evitar las heridas que nuestra sociedad sexista ha acumulado en el ámbito familiar como laboral. Trabajar por medidas más robustas de educación, prevención y sensibilización y fortalecer la asignación de recursos destinados a proteger a víctimas y a hacer seguimiento de sus agresores forman parte de las agendas aún inconclusas que demanda, muchas veces con rabia, el feminismo social en las calles.
Demasiados frentes abiertos exigen una suma de esfuerzos, desde lo público, lo privado o la academia, para favorecer ineludibles cambios de mentalidad o transformaciones culturales que no se pueden dejar en manos de colegios ni tampoco esperar que las alienten redes sociales. Muchos avances obtenidos tras las extenuantes luchas feministas se encuentran bajo amenaza constante de fuerzas que tratan de confrontarlos, cuando no negarlos y hasta propician enfrentamientos de fuego amigo. Hacerlos irreversibles y, además, extenderlos a todos los campos de la sociedad es todavía una asignatura pendiente que nos compromete por igual, porque de lo que se trata es de mantener la esperanza o el optimismo en un futuro igualitario.
En EL HERALDO ratificamos nuestro compromiso con la igualdad de género como un acto de justicia social. En la redacción, todos los cargos de la mesa central, los de máxima responsabilidad, los ocupan mujeres y trabajamos, a diario, para visibilizar en la sección Mujer e Igualdad historias de liderazgo empático de quienes con capacidad, talento y esfuerzo transforman el arte, la cultura, la educación, la ciencia, la economía, la salud, o el deporte en Barranquilla, municipios del Atlántico y en el Caribe. Nuestra mirada es 100 % femenina. Damos voz a las mujeres, otorgándoles credibilidad para desactivar el clásico machismo que busca silenciarlas o ridiculizar lo que dicen. Nos esforzamos para impedir que el lenguaje, poderosa herramienta social y política, se use en su contra como instrumento de poder. No siempre lo logramos, de modo que somos conscientes de que tenemos trabajo por delante para mejorar.
Perseveramos, eso sí, en un necesario llamado a reparar los cristales rotos que deja nuestra sistémica crisis de violencia de género para evitar que se cronifique, propague el miedo entre las víctimas y se pierda confianza en las instituciones. Que valioso sería que el alcalde Jaime Pumarejo, la gobernadora Elsa Noguera, líderes políticos, gremiales, sociales, figuras del deporte o la cultura se apropien de la lucha por la igualdad para hacer de ella un reclamo duradero, capaz de frenar cualquier amenaza que intente reversar este camino. Sigamos empujando hacia el mismo lado hasta que se rompa el techo de cristal o caigan las barreras que nos han aprisionado por generaciones. Juntas somos más fuertes y libres, como defendemos en EL HERALDO.