La modernidad va dando paso en cada generación a nuevas formas y estilos de vida que van dejando, con gran rapidez y menores lapsos, evocaciones y recuerdos de cómo se divertían y entretenían las personas y los lugares emblemáticos que alguna vez fueron íconos de sus ciudades. En esa dinámica la nostalgia es inevitable cuando la gente camina y se topa con viejas edificaciones que en su momento fueron sitio obligado de visita y hoy están en estado de abandono, como los Cinemas, el hotel Royal o el edificio de Avianca en la 72, en el caso de Barranquilla.
Todos estos últimos inmuebles de carácter privado, pese a los llamados o acciones de entidades estatales, no ha sido posible que sus propietarios o administradores hayan emprendido acciones para restaurarlos o al menos mejorar su exterior, de modo que no afecten el entorno en el que se encuentran ubicados.
El patrimonio es un concepto de enorme valía para las sociedades porque, conforme con lo que define la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) este debe entenderse “de tal manera que las memorias colectivas del pasado y las prácticas tradicionales, con sus funciones sociales y culturales, sean continuamente revisadas y actualizadas en el presente, para que cada sociedad pueda relacionarlos con los problemas actuales y mantener su sentido, su significado y su funcionamiento en el futuro”. Eso lo dice el papel que bien sabemos lo aguanta todo.
Barranquilla ha logrado ir consolidando cuestiones patrimoniales importantes, como la conservación y restauración de sus edificaciones religiosas más antiguas – las iglesias San Nicolás de Tolentino y San Roque– o los planes especiales de manejo de protección (PEMP) de los barrios Prado, Bellavista y parte de Alto Prado, del Centro Histórico y del Amira de la Rosa, que aún es una asignatura pendiente de la ciudad, a cargo del Banco de la República. Pero conservar los íconos arquitectónicos de una ciudad no es una tarea menor y, sobre todo, nada fácil. Se requiere de la voluntad de los actores privados, propietarios o administradores de muchas de las edificaciones, pues está en sus manos realizar las inversiones para restaurarlos y conservarlos.
EL HERALDO ha venido registrando, en las últimas semanas, el deplorable estado de varios edificios o sedes considerados emblemáticas de Barranquilla, que terminaron por convertirse en un peligro por las condiciones de sus frágiles estructuras y porque, además, deterioran el paisaje urbano y acrecientan la inseguridad en sus alrededores.
Nuestro propósito ha sido despertar el interés de quienes pueden y tienen la obligación de tomar acciones para recuperar o, si es el caso, demoler la infraestructura abandonada a su suerte, para evitar que sigan languideciendo. Es el deber ser para minimizar riesgos para transeúntes y vecinos que transitan o viven en torno a estos inmuebles.
Además del edificio de Avianca en la esquina de la calle 72 con carrera 58, del Hotel Royal en la carrera 54 con calle 68 o de los Cinemas en la esquina de la Murillo con carrera 44, también está la vieja casona de lo que algún día fue la Funeraria Jardines del Recuerdo, en la esquina de la carrera 53 con calle 53, que ha sido objeto de varios artículos en nuestras páginas. La lista es amplia de viejas edificaciones que fueron gloriosas joyas arquitectónicas de la Barranquilla de antaño, como el bellísimo Museo Romántico.
La responsabilidad de preservar el patrimonio de una ciudad no es exclusiva de los gobiernos, les compete a todos los ciudadanos contribuir, de acuerdo con su participación en la historia de los bienes muebles e inmuebles que edificaron la historia del territorio en el que habitan. Muestra de ello es el cementerio sefardí de Barranquilla, que durante años estuvo cubierto por la maleza y el moho que ocultaban las tumbas de los primeros judíos que arribaron a la capital del Atlántico y cimentaron buena parte del progreso de esta urbe. Sus descendientes se asociaron y se dieron a la tarea de recuperar el espacio donde reposa el legado de sus ancestros. Hoy el camposanto luce limpio, renovado y todavía con tareas pendientes para ponerlo a punto, pero demuestra que cuidar la historia y el patrimonio sí es posible si se cuenta con voluntad y acomete con esfuerzos conjuntos.