La mala hora de las aerolíneas de bajo costo es una pesadilla de la que miles de viajeros aún no despiertan. Por lo menos no sin daños colaterales. En las últimas semanas, la salida de Viva Air y de Ultra Air, compañías que operaban el 25 % del mercado aéreo, ha dejado un sinfín de varados en destinos turísticos, a familias enteras en dificultades para hacer realidad su sueño, además pagado con anticipación, de descansar en Semana Santa, y a agencias de viajes y empresas de turismo literalmente con el Cristo en la boca, por el impacto que semejante situación causará en un sector que con gran esfuerzo ha venido recuperándose tras lo peor de la pandemia.
¿Por qué nadie vio venir esta descomunal crisis que ha plagado el mercado aéreo de incertidumbre, haciendo de la primera temporada alta del año una angustiosa Semana de Pasión, en la que costará Dios y ayuda reprogramar vuelos, reacomodar pasajeros o conseguir la devolución del dinero, en el caso de quienes decidan no viajar por el riesgo de incumplimiento en sus itinerarios? No se trata de cuestionar al Ministerio de Transporte, a la Superintendencia o a la Aerocivil porque sí. Ellos tendrán que dar explicaciones, y muchas, sobre sus actuaciones antes del cese de estas compañías que, como es de público conocimiento, horas antes de vaciar sus counters en los aeropuertos del país seguían vendiendo tiquetes, como si no fuera con ellas.
Con más de 60 mil viajeros esperando volar en esta Semana Santa y casi 380 mil que adquirieron pasajes para hacerlo hasta febrero de 2024, solo en el caso de Ultra Air, es indispensable entender cuáles son los factores que propiciaron el estallido de tal emergencia en la industria aeronáutica. Casi todos los expertos coinciden, algunos dan peso a unos más que a otros, en que detrás de esta tormenta perfecta se encuentran el incremento del IVA, que pasó del 5 % al 19 % –tanto en tiquetes como en paquetes turísticos–, el alza en el precio de los combustibles, la escalada de la inflación que no toca techo y la devaluación del peso frente al dólar. Esta es clave.
Excusas aparte de los accionistas de ambas empresas, que en nada tranquilizan a sus miles de usuarios que se reconocen burlados y con razón, es un hecho que los costos dolarizados de su operación se dispararon a tal punto que su negocio en el que recibían los pagos en pesos se tornó inviable. Crónica de una quiebra anunciada en la que capitalizar para salvarse del colapso dejó de ser una opción viable. Al margen de la gravedad de este cataclismo que debería tener repercusiones entre sus responsables directos, vale la pena preguntarse qué tan comprometido quedó el modelo de bajo costo que democratizó nuestro transporte aéreo como nunca antes.
Se avecinan semanas críticas. La situación para el turismo no pinta bien en ciudades como Santa Marta, donde se canceló el 42 % de las reservas y se estima que cerca de 200 vuelos no arribarán en esta temporada; mientras que en Cartagena la disminución de visitantes sería del 7 %. Cotelco anticipa, como publicó EL HERALDO, que el turismo en la Costa no alcanzará las positivas cifras de 2022, con todas sus consecuencias para los actores formales e informales del sector que en su mayoría no tienen cómo reaccionar. Claro que lo peor está en San Andrés, donde la solvencia y solidez de su economía se erosiona a diario. Sin más opciones para acceder a la isla que la vía aérea, la reducción del turismo hasta en un 68 % supone un golpe fortísimo para sus habitantes. Otro reto más que debe ser atendido por el Gobierno, en medio del actual desastre, antes de que se profundice la crisis social de los isleños. Urgen soluciones, en lo posible, inmediatas. Miles de personas se movilizan gracias a la suma de esfuerzos de la Fuerza Aérea, Satena, Avianca, Latam o Wingo. Pero es evidente que se necesitan salidas definitivas que estabilicen el mercado y atraigan nuevas aerolíneas de bajo costo que permitan a los ciudadanos seguir viajando en avión. Reducir el IVA para los tiquetes o bajar el precio de la gasolina podrían ser alternativas a tener en cuenta, así como reforzar los controles o la vigilancia para evitar más sorpresas o sobresaltos.