No hubo adversidad, tropiezo ni revés que hicieran desistir a Martín Mestre Yunez de encontrar al torturador, violador y asesino de su hija, Nancy Mariana, para que respondiera por sus aberrantes crímenes. Su heroica gesta por la verdad y la justicia le han tomado casi 30 años de su vida, pero ahora en su octava década, por fin, este arquitecto transmutado en detective, investigador, informante y abogado para encarar el drama policíaco y judicial que ha consumido a su familia tras el miserable crimen de la joven, le espetó al mundo, a través de las páginas de EL HERALDO, que siente “placer por haber cumplido con su deber de padre”. Téngalo por seguro señor Mestre, nadie lo hubiera podido hacer mejor. Usted es un modelo de padre, difícilmente reproducible.
Si una sola palabra definiera la incesante búsqueda de respuestas en la que se embarcó este hombre valiente, esa sería coraje. Mestre desafió todos los obstáculos que encontró en su camino, derribó las barreras que el sistema de justicia levantaba ante sus insistentes pesquisas y fue capaz con paciencia y firmeza de revertir los imponderables de un mundo desconocido, además de cambiante con los años, al que logró adaptarse, pese a que se le exigió comenzar una y mil veces. Cómo no hacerlo, si lo que había perdido era invaluable. La niña de sus ojos, la lectora que soñaba con ser diplomática, jamás volvió a casa, luego de salir de la mano de Jaime Saade Cormane, en la madrugada del 1 de enero de 1994. “Cuídala bien”, le pidió Martín al supuesto guardián que, a la postre, se convertiría en el verdugo de la joven, de solo 18 años.
Lo que ha sucedido desde entonces es imposible sintetizarlo en tan pocas líneas. Podríamos intentar simbolizarlo, por un lado, en la desazón constante de los Mestre por la ausencia de su ser amado. Y, por otra, en el vasto sentimiento de impotencia e indignación por el ultraje revictimizante, producto de la impunidad que siempre ha permeado el caso. La condena de Jaime Saade, como reo ausente, a 27 años de prisión en 1996 no acabó con ninguno de los dos. Más bien lo contrario: acrecentó dudas sobre la participación de otras personas en los hechos, confirmó la red de reprochables complicidades del círculo más íntimo del convicto asesino y demostró cómo la maldad humana es capaz de urdir las peores patrañas sin el menor escrúpulo.
Ante la fractura de la razón, Mestre decidió volcarse en una cacería sin cuartel por el criminal que mató a su hija, corroborando con los años que la constancia vence lo que la dicha no alcanza. “En ningún momento dudé que lo iba a lograr”, reconoce ahora con emoción. Su primer gran logro, después de décadas de desdichas, llegó en 2020, cuando Interpol, a partir de las pruebas que él mismo les entregó, ubicó a Jaime Saade Cormane en Belo Horizonte, Brasil.
Gozo pasajero porque su ansia de justicia se estrelló contra interpretaciones jurídicas enrevesadas que llevaron al Supremo Tribunal Federal de ese país a negar la extradición de Henrique dos Santos Abdala, el ciudadano brasileño en cuya piel terminó metido durante más de un cuarto de siglo el huido asesino para ocultar su pasado, olvidando que este no perdona cuando se ha hecho tanto mal.
Impensable desistir en ese momento de la manda, cuando se estaba tan cerca del milagro. ¡Había que impugnar la decisión! La abogada barranquillera Margarita Sánchez, socia de una prestigiosa firma de abogados de Washington salió al rescate del exhausto padre coraje que, increíblemente, no perdía la esperanza.
En pocas semanas, el Tribunal no solo anuló su propio dictamen, sino que lo rectificó, aprobando la extradición de Saade Cormane, pero, sobre todo, enviando un poderoso mensaje contra la miserable lacra de los feminicidios en el mundo. Nancy, la niña de Martín, dejó de ser una anónima víctima colombiana, una estadística más que se pudre en los vetustos anaqueles de la injusta justicia local, para renacer como la víctima universal de uno de los perores delitos posibles que, de acuerdo con los magistrados brasileños “nunca debería prescribir”. Negarlo, como se pretendió hacer, resulta tan burdo o cruel como despreciar la vida misma.
Luego de tantas derrotas, esta victoria sabe a gloria. Pero el círculo todavía no se cierra. Aún se espera a Saade para que cumpla su condena y, por qué no, revele lo que sabe sobre esa fatídica madrugada. Será entonces cuando no habrá vuelta atrás y, quizás, solo quizás, Martín Mestre, el hombre que impartió por casi tres décadas lecciones gratis de enjundia, valor y fiereza, podrá dar por concluida su tarea para seguir un camino distinto que lo conduzca a un nuevo comienzo.