Han sido horas críticas para el Gobierno del Cambio. Que nadie se engañe. La unidad de la coalición oficialista, que demostró ser más apariencia que realidad, se quebró en un zis zas, como consecuencia de hechos sobrevinientes de alto voltaje que el país político sabía que estaban sucediendo. Demasiados gestos inamistosos de ambos lados lo anticipaba, pese a que algunos de los involucrados, como el ahora exministro del Interior Alfonso Prada, insistían en que estaban obligados a entenderse por ser aliados. No funciona así. Como en los matrimonios por interés, la convivencia forzada nunca es garantía de una sana relación. Hartos de una cordialidad impostada, unos y otros tensaron la cuerda a tal punto que esta se rompió, finalmente.

La crónica de esta crisis anunciada se escribió en clave de egos. Primero, los jefes del liberalismo, La U y los conservadores reiteraron sus inamovibles frente a la iniciativa y, de paso, notificaron a sus parlamentarios para que votaran no a la reforma de la salud, so pena de duras sanciones a los insurrectos de la ley de bancadas. Segundo, en respuesta a esta determinación, el presidente Petro pidió la renuncia de su gabinete. No sin antes cuestionar con dureza a sus antiguos socios, a los que acusó de rechazar la invitación a un pacto social para el cambio, de enriquecerse con el uso del dinero público y de no darse cuenta de que la sociedad demanda derechos, vía diálogo.

Ciertamente, el jefe de Estado le dio un entierro de tercera a su coalición con los partidos políticos tradicionales. Esa que él convocó tras su victoria, para acompañar la andadura del primer Gobierno progresista de nuestra historia, que ahora tendrá que cabalgar solo en su propósito de sacar adelante su extensa agenda reformista. Se sabía que su camino común no sería fácil, que encontrarían dificultades en ese transitar compartido, pero para superar sus comprensibles desavenencias contaban con mecanismos institucionales basados en el diálogo, la concertación y la confianza, hasta que estos volaron por los aires por las maniobras de la exministra Carolina Corcho en la construcción del proyecto de la reforma de la salud, causa y efecto de buena parte de esta crisis de pronóstico reservado. Es lamentable que una iniciativa tan indispensable para el bienestar ciudadano termine convertida en un inesperado caballo de Troya de incierto futuro.

Reventada la alianza con la dirigencia tradicional, el jefe de Estado se atrinchera con los suyos. Tiene todo el derecho de hacerlo, es parte de su fuero presidencial. Que sus determinaciones acarren elevados costos políticos, generen inestabilidad en el país económico o hagan tambalear su propia gobernabilidad, eso es harina de otro costal. Lo cual, claro, no deja de ser preocupante, porque de ello depende la estabilidad o la tranquilidad de la nación entera. Por cataclísmicas que sean las decisiones discrecionales del mandatario, entre ellas la salida de su ministro estrella, el reputado economista José Antonio Ocampo, quien había confirmado su voluntad de quedarse en el cargo un año más, buscan dar respuesta a un momento complejo de su gestión de casi nueve meses. Es un hecho que su favorabilidad o capital político se erosionan, día tras día, por la falta de resultados concretos en los asuntos que más agobian a la gente, como el alto costo de vida.

En el nuevo contexto, el Pacto Histórico cierra filas con Petro en su decisión de alinear el gabinete con su programa de gobierno, mientras uno de sus representantes más importantes, el senador Alexander López, aprovecha para lavar los trapos sucios en público, exigiéndole al presidente del Congreso, Roy Barreras, que dé un paso al costado, luego de graduarlo de jefe de la oposición. El barco hace agua por todos sus frentes. Parecería que la radicalización amenaza con engullir todo rastro de moderación o autocrítica, tras la salida del Ejecutivo de los últimos vestigios del centro político. ¿Este es el derrotero del nuevo tiempo por venir? ¿Tiene el presidente aseguradas las llaves de la gobernabilidad o de las mayorías en el Congreso? Si no es así, como muestra la fotografía del momento, existe el riesgo de caer en el inamovilismo o la inacción. Sin el respaldo Legislativo no se obtienen los cambios sociales, ¡ese es el ejercicio democrático! Lo otro es un camino escabroso que podría conducirnos a un aventurado escenario de presidencialismo excesivo.