Ilusionados, buena parte de los habitantes de Barranquilla, municipios del Atlántico y del resto de la costa Caribe esperan los aguaceros de la actual temporada invernal del año para poner fin a la larga racha de calor sofocante que ha convertido a la región en un horno. Literal. La combinación de baja nubosidad, humedad exasperante y elevadas temperaturas, cuando no fenómenos puntuales, aún en estudio por los meteorólogos, causan estragos a tutiplén en zonas sometidas desde hace meses a una dura sequía, tan preocupante como expansiva, producto de la escasez de lluvias, que, de acuerdo con el 80 % de las probabilidades, se intensificará a partir del mes de julio. Todo como consecuencia natural de la vuelta de El Niño, todavía en gestación.

Y desde ese momento, para ser más precisos, no se descarta una nueva y grave crisis de recursos en los territorios por las graves afectaciones que se produzcan en el sector agrícola, en las economías en general de los departamentos, así como complicaciones de salud entre la población más vulnerable, en especial niños y adultos mayores y, en el peor de los casos, podríamos ser testigos del regreso de un viejo fantasma que jamás nos ha abandonado del todo: el de las restricciones o racionamiento de energía. Aunque la ministra de Minas, Irene Vélez, asegura que se abastecerá la demanda, los agentes del sector son más pragmáticos y advierten, preocupados, sobre los retrasos en la entrada en operación de proyectos clave de generación eléctrica, como los de energías renovables, cuya construcción pasó de cuatro a ocho años en promedio, con lo cual la transición energética, como alertó Acolgén, está en cuidados intensivos.

Hasta ahora, los embalses mantienen niveles aceptables, pero si El Niño prolonga la sequía por más de seis meses, como se espera, el sistema energético, que como es bien sabido depende de la capacidad hídrica de estos depósitos gigantescos, podría estresarse. Término de bastante mal pronóstico, como reconocen generadores, distribuidores y comercializadores. Al final seremos todos los usuarios los que padeceremos los comprensibles trastornos derivados de esta eventual emergencia. ¿Cómo? Pagando mucho más por el servicio final. Si no se cuenta con una oferta suficiente de energía hidroeléctrica, que es más barata, serán las térmicas a gas y carbón las que tengan que salir a salvar la patria ante un potencial riesgo de racionamiento, con todos los mayores costos que de ellas se derivan, porque la cadena se encarece. Las cosas como son.

En algunos territorios, incluso en la Costa, llueve esporádicamente, pero los aguaceros no son suficientes para aliviar la crisis hídrica que se extiende en buena parte del país. Con este panorama tan inquietante, pero sobre todo tan inminente, se echa en falta la socialización de planes que se supone ha previsto el Gobierno nacional, y en particular la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo (Ungrd), también las administraciones locales, con acciones puntuales para enfrentar los efectos de una situación de extrema complejidad que avanza con rapidez y que podría tener su fase más severa en un lapso de cuatro a seis meses, durante el segundo semestre. Si nos dejamos coger ventaja, como en Colombia suele ser la norma y no la excepción, las consecuencias de El Niño no serían solo coyunturales, sino estructurales, como ha pasado en otras etapas de infausta recordación. Por las señales en curso, conviene prepararse para afrontar el escenario de riesgo instalado ya entre nosotros, en vez de sentarse a esperar su evolución.

Aún sin que el impacto de El Niño se exprese con toda su fuerza, porque lo más complicado se prevé para el último trimestre del año, la factura de la luz ha empezado a subir. ¡Válgame Dios! Por un lado, por el aumento en las tarifas de la bolsa de energía y, por otro, por el mayor consumo debido al calor agobiante de estos días. ¡Y esto es apenas el principio! No habrá bolsillo que aguante un servicio de energía al alza más una canasta familiar disparada por la sequía.

El asunto es mucho más serio de lo que hasta ahora se percibe. Estamos ad portas de una emergencia que por las muchas tormentas que capotea el Gobierno parecería, o al menos esa es la sensación que queda, no se está atendiendo con la diligencia requerida, lo que abre una perspectiva pesimista frente al futuro inminente. El Niño se hace grande ante nuestros ojos: urge una estrategia mancomunada para buscar salidas consensuadas a una situación excepcional que no admite promesas ni anuncios grandilocuentes, además de extemporáneos.