¿Todos queremos que llueva? No, no todos ansían el agua que debería caer del cielo en esta época ni se declaran esperanzados en que pueda aliviar el desabastecimiento, la sed o el sofoco padecidos desde hace meses. Con preocupación, casi en un estado permanente de alarma o zozobra, los centenares de damnificados que dejaron las torrenciales precipitaciones del año anterior, tanto en Barranquilla como en Piojó, no quieren que caiga una gota.

Totalmente comprensible. Como sucedió con sus viviendas, las vidas de estas personas colapsaron por completo. Y aún peor, continúan en ruinas. En teoría han recibido subsidios de arrendamiento durante algunos meses, ayudas económicas y otros auxilios que como llegaron, se fueron en cubrir los pagos de un sitio digno para vivir y en la compra de alimentos para el grupo familiar.

Seis meses atrás, un fenómeno de remoción en masa destrozó como si fueran de cartón las casas de más de 150 familias en Piojó, mientras que en los barrios Carlos Meisel, La Manga y Nueva Colombia, de Barranquilla, buena parte de sus residentes debieron ser evacuados, luego de que sus viviendas se derrumbaran o amenazaran con hacerlo, debido a la intensidad de unas lluvias que evocaron, por momentos, la persistencia del diluvio universal. Todos fuimos testigos de su drama que aún no cesa.

Hoy, angustiados por no tener mayores certezas sobre los procesos de reubicación, excepto que transcurren lentamente por los avatares de la tramitología estatal, pero sobre todo desesperados por su irreversible condición de precariedad, damnificados de ambos territorios decidieron regresar a sus antiguos hogares, conscientes del enorme riesgo que corren.

Atender sus demandas no admite demoras. Es verdad que corren unos términos para determinar la viabilidad del terreno que se compraría para reubicar a las familias, en el caso puntual de Piojó, así como unas gestiones para asegurar los recursos destinados a construir las casas, tanto en ese municipio como en Barranquilla, que dependen directamente del Ministerio de Vivienda y de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo (Ungrd).

También es cierto que los más vulnerables, casi todos adultos mayores o madres cabeza de familia con hijos pequeños, no tienen opciones distintas que vivir cercados por grietas, paredes o columnas vencidas a punto de desplomarse y hasta bajo techos de plástico, que al primer aguacero seguro amenazan ruina. Se sienten desamparados, comparten desconsuelo e incertidumbre y, en especial, como comprobó EL HERALDO, tras visitarlos recientemente, reclaman celeridad en la entrega de las ayudas directas.

La respuesta inicial del Distrito, la alcaldía de Piojó y la Gobernación del Atlántico se concentró en aliviar la crisis abierta tras la devastadora emergencia invernal del año anterior, que en temas de infraestructura vial, por ejemplo, no está del todo superada. Aún continúan las intervenciones en corredores viales de Piojó, Juan de Acosta, Tubará, Malambo, Soledad, Sabanalarga y Candelaria.

Como el día a día no da espera, los esfuerzos de las administraciones ahora se enfocan en activar planes de contingencia por las lluvias que se avecinan y, en particular, por los efectos del cada vez más inminente fenómeno de El Niño. Lógico. Que lo urgente, entonces, no le haga olvidar lo importante al nuevo director de la Ungrd, Olmedo López Martínez, a quien esperamos de visita lo antes posible en el Atlántico para que conozca de primera mano la realidad de centenares de familias sin casa ni rumbo que confían en tener una pronta y efectiva solución.