En ninguna cabeza puede caber la idea de que un padre haría hasta lo imposible porque alguno de sus hijos resultara lesionado, leve o seriamente, o, peor aún, perdiera la vida por un descuido suyo.


A partir de esa premisa, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar acompaña los casos tan lamentables que han ocurrido este año en muchas zonas del país, pero particularmente en el departamento que nos ocupa por nuestra área de mayor influencia: el Atlántico.


En lo que va de este 2023 seis niños han muerto en medio de accidentes domésticos, como es el caso de la bebé de 12 meses que falleció ahogada al caer dentro de un balde de agua en el barrio Terranova, de Soledad; o como el niño de solo tres años que falleció quemado en medio del incendio que consumió la humilde vivienda en la que vivía con por lo menos ocho personas, esto en el barrio Gladiador, de Malambo.


En ambos casos medió el descuido de sus padres o cuidadores, que en cuestión de segundos o minutos perdieron de vista a los más pequeños de sus casas y estos quedaron expuestos a los peligros que encierran los lugares donde se supone están más seguros: sus hogares.


No es posible alcanzar a imaginar el nivel de dolor y la tragedia en el interior de las seis familias a las que se hace referencia, que este año perdieron a menores de edad en absurdos accidentes domésticos, como el caso del pequeño que murió ahogado tras asfixiarse con la pepa de un mamón que estaba consumiendo o que habría ingerido accidentalmente en el corregimiento de Leña, en Candelaria.


El común denominador en la mayoría de los casos es el descuido que, ni más faltaba, no podría señalarse como intencional por parte de quienes tienen a su cargo la responsabilidad de velar por los menores de edad. Finalmente son accidentes, pero con dolorosos y fatales resultados, que incluso bajo el amparo de las normas legales colombianas podrían tener consecuencias penales.


Pero también coinciden los casos en unos ambientes precarios de pobreza o dificultades económicas que no favorecen las condiciones para el bienestar de los niños y adolescentes.


Ahora, bien lo explican las autoridades que dialogaron con EL HERALDO sobre la preocupación que generan los casos que se han venido registrando en el departamento, en el sentido de que es necesario impulsar una gran convocatoria que involucre a todas las esferas que tienen que ver con la prevención y protección de los derechos de los niños.


Esa campaña para sensibilizar a las familias sobre los cuidados y las acciones de prevención que deben adoptar en el interior de sus hogares es un mensaje claro, contundente y que debe tener todo el eco posible, porque además de las víctimas fatales – conforme a las cifras de la Policía de Infancia y Adolescencia– otros 35 menores han resultado lesionados por “negligencia” dentro de su núcleo familiar.
Los niños necesitan vigilancia permanente, precisamente porque su curiosidad e inocencia no les permite dimensionar o tener percepción clara de los riesgos.


Mantener en sitios seguros o fuera del alcance de los niños las sustancias químicas como venenos, detergentes, desinfectantes o medicamentos; colocar mallas en escaleras, puertas y ventanas, no dejar velas encendidas y revisar las conexiones eléctricas para mantenerlas en buen estado son apenas recomendaciones básicas que entregan las autoridades para evitar los accidentes domésticos y en consecuencia la muerte de niños.


Todas son medidas accesibles y necesarias, pero es imprescindible entender que los niños requieren protección y cuidados especiales, porque al margen de los riesgos por todo lo anteriormente expuesto, lamentablemente también están expuestos a los abusos de tipo sexual.


El hogar debe ser el lugar más seguro para los más pequeños de las familias. Si bien es responsabilidad de padres y cuidadores asegurarles el entorno, es imprescindible incrementar los esfuerzos públicos para concientizar a las familias en condiciones vulnerables sobre las recomendaciones para cumplir con ese propósito.