El Gobierno del Cambio hace agua. Implosiona. Y el presiden­te Gustavo Petro lo sabe. El in­édito enfrentamiento entre dos de sus alfiles más cercanos, la poderosa jefa de Gabinete, Laura Sarabia, y el in­fluyente embajador de Colombia en Ve­nezuela, Armando Benedetti, en lo que a todas luces parece ser una pugna fratricida por poder o protagonismo político entre dos figuras, que en su momento fueron aprendiz y mentor, ambos determinantes en el ascenso del progresismo a la Casa de Nariño, le ha estallado en la cara al jefe de Estado en clave de profunda crisis o frac­tura interna de la que ninguno de sus pro­tagonistas tiene cómo salir bien librado.

El escándalo de la ‘niñeragate’ con sus alarmantes acusaciones de abuso de po­der, malos tratos, procedimientos irre­gulares, manipulación de información, chantaje, secuestro y el detonante de to­do: la pérdida de una maleta con miles de dólares, solo por mencionar lo que se ha develado públicamente –vaya a saber qué más se ha cocinado por debajo de cuer­da- ha desatado un insólito fuego amigo de dimensión nuclear, capaz de causar incontenibles daños colaterales.

Más allá de la responsabilidad política que Sarabia y Benedetti, los directamente involucrados deben asumir, reconocien­do sus excesos, lo señalado por la Fiscalía General es en toda regla inaceptable. La gravísima confirmación de espionaje e in­terceptaciones ilegales puesta en marcha por miembros de la Dijín de la Policía, el 30 de enero de este año, a los teléfonos ce­lulares de dos empleadas de confianza de la mano derecha del jefe de Estado: niñera y trabajadora doméstica, bajo el increíble parapeto de que eran integrantes de la es­tructura criminal del Clan del Golfo exige determinaciones de fondo que el jefe de Estado tendrá que adoptar con firmeza para eliminar cualquier manto de duda sobre la transparencia de sus actuaciones.

¿Quién dio la orden? ¿Sabía el presidente lo que sucedía o fue a sus espaldas? Nada más cierto que esta vergonzosa situación enloda la credibilidad de su Gobierno, como nunca antes. Aún más, el lamenta­ble episodio de la “Gestapo colombiana”, con polígrafo a bordo y chuzadas ilegales, práctica proscrita denunciada tan­tas veces por el mismo mandatario en su carrera política, hunde a su Ejecutivo en una inquietante e injustificable crisis con potencial de resquebrajar su gobernabili­dad. Todo este caos que salpica y sacude a su círculo más estrecho lo alcanza en un momento complejo en el que, además, se le acumulan las contrariedades.

En primer lugar, por el tormentoso trá­mite de sus reformas sociales, su principal promesa de campaña que no prospera, luego de la ruptura abrupta de la coali­ción de Gobierno. La legislatura entra en su recta final sin que se logren consensos ni se rearmen las mayorías. En segundo lugar, pese a los puentes tendidos con la rama Judicial para que a tenor de la sepa­ración de poderes cada loro se mantenga en su estaca, la desconfianza es inobjeta­ble. Con Fiscalía y Procuraduría, el cho­que es explosivo, mientras el mandatario lanza el concepto de un “golpe blando”. Inmerso en su laberinto, Petro identifica conspiraciones o complots contra él o sus aliados del Pacto Histórico que acudirán a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) al sentirse perse­guidos. ¿Se abre un frente adicional en su extendido campo de batalla, el de la victimización, para enfrentar sus desba­rajustes internos en momentos convulsos o existen razones de fondo para sus deli­cados señalamientos? Queda claro que la tormenta arrecia.

Con el paso de las horas, este embrollo calificado por algunos como la versión criolla de House of Cards, la serie televisi­va de conspiraciones, intrigas y manipula­ciones políticas, escala ante el asombro de una opinión pública, con un sentir social totalmente distinto a la confusión, desor­den y desgaste del Gobierno, a la que le cuesta seguirle el paso a la trifulca diaria, alentada en ocasiones desde el primer Twitter de la nación. ¿Cómo un tema do­méstico derivó en un asunto de Estado en el que los entes de control intentan establecer ahora la ocurrencia de faltas disciplinarias e incluso delitos? Aberran­te. Basta ya. Que cese esta horrible noche. La ciudadanía demanda claridades ante la suma de despropósitos que solo el presi­dente Petro puede solventar.