Como se esperaba, los primeros informes internacionales sobre comprensión lectora, tras lo peor de la pandemia de covid-19 confirman las alertas sobre la catástrofe educativa generacional que provocaría el cierre de escuelas. Uno de esos estudios, el PIRLS 2021, que evaluó el progreso de 140 mil niños y niñas de cuarto grado de 57 países, entre ellos no aparece Colombia, mostró una reducción generalizada en la “habilidad para comprender y utilizar las formas lingüísticas requeridas por la so­ciedad”. Definición que los encargados del estudio dan a este proceso cognitivo fun­damental para asimilar el significado de un texto. O lo que es lo mismo, para conectar y entender lo que se lee. Lo que más preocu­pa es que se trata de un déficit difícilmen­te recuperable por sí solo, de modo que el futuro de estos pequeños podría verse comprometido.

Esta crisis de aprendizaje también gol­pea a América Latina y el Caribe. Análisis similares estiman que la proporción de es­tudiantes de 10 años que no lograrán leer ni comprender un texto simple pasaría de 50 % a 80 %, si no se interviene a tiempo. No debería extrañar que el diagnóstico de la comprensión textual de los estudiantes, que no es nada distinto, reitero, a la habili­dad para adquirir conocimientos, sea de­vastador por la pérdida de niveles mínimos de competencia en lectura. Sin duda, hay una correlación entre el lapso que estu­vieron cerrados los colegios, a causa de la pandemia, con la caída en su rendimiento en lectura comprensiva. Pero en muchos casos, en particular en el de hogares de escasos recursos esta deficiencia ya venía de tiempo atrás.

Contra todo pronóstico, lo que ocurre en Barranquilla es de admirar. El Banco Mundial y Unicef acaban de revelar los re­sultados de una evaluación, la EGRA, que muestra que 7 de cada 10 niños y niñas de primero y segundo grado de instituciones educativas oficiales han adquirido compe­tencias lectoras correspondientes a su nivel escolar. Lo más valioso de esta iniciativa es que, por un lado ha logrado encaminar a los pequeños, pese a los desafíos de la pan­demia, hacia una siguiente etapa de lectura comprensiva en la que podrán ser capaces de aprender lo que leen. Y, por otro, ha con­seguido identificar a estudiantes que se han ido quedando rezagados en este esencial proceso, para poder jalonar su nivelación y mejorar su rendimiento lo antes posible.

Si Barranquilla quiere cerrar sus brechas sociales, garantizar equidad y competi­tividad no puede dejar atrás a aquellos estudiantes que demandan una atención especial. En este caso, son el 30 % de la ma­trícula de estos grados. Sin ellos, no habrá futuro para el conjunto de nuestra socie­dad que continuará arrastrando desigual­dades inaceptables. Lo alcanzado hasta ahora tras años de trabajo, como reconoce el Banco Mundial, supone un avance im­portante que demuestra el esfuerzo del sector educativo, pero aún quedan muchos retos por delante para recuperar apren­dizajes arrasados por la pandemia. No se puede perder el empuje que convirtió a la ciudad en pionera en esta evaluación inte­gral que mide las competencias lectoras de los más pequeños.

Si nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes no superan sus déficits de com­prensión lectora, no solo no entenderán textos, como es previsible. Tampoco po­drán adquirir conocimientos en otras áreas como las matemáticas y perderán, además, su capacidad de escritura y de expresión al no dominar los registros del lenguaje, como la interpretación o la argumenta­ción. Se equivocan quienes asumen que basta solo con leer. Lo verdaderamente importante es comprender lo que se ha leído. Necesitamos leer más y mejor, pe­ro sobre todo entender para interpretar la realidad y elevar la calidad de nuestro deteriorado debate público, cura para las noticias falsas, manipulaciones o tergiver­saciones y antídoto para discernir la verdad de la mentira en escenarios de populismo o demagogia en los que niños y jóvenes son el principal blanco. Ningún esfuerzo es menor en el propósito de que las nuevas ge­neraciones no vean perdidas ni reducidas sus posibilidades de aumentar capital hu­mano, insumo indispensable para acortar inequidad social.