Si es cierto que ninguna época escapa a su locura, la irracionalidad de una manada de criminales dedicados enteramente a amenazar, extorsionar y condenar a muerte a quienes no se dobleguen a sus demandas económicas parece empujarnos a una enajenación colectiva en Barranquilla y el resto del área metropolitana. Volver sobre lo mismo resulta cansino, pero es inevitable. Sobre todo, porque la indefensión de sus habitantes no ha hecho otra cosa que aumentar. Hasta en un 540 % ha crecido la extorsión este año y no debería extrañarnos que esta cifra, tan vergonzosamente escandalosa, fuera aún mayor. Vivimos con miedo, aunque no lo parezca.

Tiendas, establecimientos de ocio nocturno y comercios en general siguen siendo los principales blancos de criminales acostumbrados a expoliarlos, en algunos casos a diario como si fuera de lo más normal. El sector transportador es otro de los más afectados por este desangre, que genera la adopción de medidas de prevención, rara vez efectivas.

No al menos como se esperaría o intentan hacerle creer a la gente. Aunque cueste admitirlo y valdría la pena indagar por qué, los criminales van uno o más pasos por delante de la institucionalidad, a la que se le ve más ocupada en atender otros asuntos que en blindar la seguridad de ciudadanos angustiados al máximo.

Ahora los que tiraron la toalla ahogados por las extorsiones e intimidaciones son los propietarios y trabajadores de estaciones de gasolina. Razones de peso les asisten para alzar la voz. Uno de ellos, Tomás Molinares, bombero de la gasolinera del barrio Juan Domínguez Romero, de Soledad, fue asesinado el pasado sábado. Cruel campanazo de alerta de una delincuencia envalentonada por la soberbia que le conceden las armas. Nada distinto a cobardía disfrazada, que al final se ensaña con los más débiles. Para la familia del señor Molinares, solidaridad y fortaleza. Que no se les haga tarde a las autoridades para esclarecer su asesinato y determinar quiénes dan y ejecutan las órdenes de empapelar con panfletos amenazantes las estaciones.

A estas alturas, a nadie sorprende lo denunciado por el alcalde Jaime Pumarejo sobre la aparente responsabilidad de la segunda generación de jefes de ‘los Costeños’, en los hechos. Lo que no deja de ser increíble, pese a que ocurra siempre, es que estos individuos ordenen sus fechorías desde sus sitios de reclusión, ubicadas fuera de Barranquilla. Acierta el mandatario al exigir la liquidación del Inpec, entidad a la que le sobran manzanas podridas que facilitan la comisión de tan gravísimos delitos. El mundo totalmente al revés: ciudadanos confinados por el miedo y delincuentes presos, pero con libertad, para extorsionarlos y sentenciarlos de muerte.

Tanto el Inpec como el Ministerio de Justicia, que han demostrado con creces ser incapaces para garantizar el aislamiento y la desconexión de jefes del crimen con sus lugartenientes en las calles, no pueden eludir su responsabilidad en nuestra crisis de seguridad. Claro que lo que se vive en Barranquilla y municipios vecinos no dista mucho de lo que ocurre en otras capitales. Personeros del país, reunidos en la ciudad, alertan sobre el preocupante aumento de delitos de alto impacto, a manos de la delincuencia común, bandas criminales, guerrilla u otras estructuras ilegales. Tienen razón al advertir que el Estado no hace lo suficiente para frenarlas o impedir su avance.

Con el paso de los días, esta crítica situación que podría impactar el normal desarrollo de las elecciones regionales confirma que la llegada del presidente Petro al poder no ha aportado las indispensables acciones de seguridad diferenciada que los territorios demandaban ni ha sido un impulso para fortalecer el rol de guardianes del orden público de alcaldes y gobernadores, con quienes mantiene interlocución cero. El Ministerio de Defensa luce como un convidado de piedra, en vez de ser el núcleo estratégico de la seguridad nacional que formule y coordine, en articulación con lo local, la intervención de la fuerza pública. Llevamos casi un año en estas y nada indica que en el corto plazo algo cambiará. Quizás sí, pero a peor.