Todas las definiciones de la palabra ruido que se consiguen en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española están asociadas a situaciones o elementos negativos: desde sonido desarticulado y generalmente desagradable, hasta pleito, alboroto, discordia, pasando por apariencia grande de algo que no tiene importancia, y hasta en semiología quiere decir que se trata de la interferencia que afecta a un proceso de comunicación.
El ruido, tan característico de Barranquilla, pero por demás excesivo en buena parte de la ciudad, es un problema enorme que retrata las falencias pendientes por superar de cultura ciudadana y que genera múltiples conflictos en todas las localidades y en todos los barrios, no importa el estrato.
Hay horas y momentos del día en que es imposible sostener una comunicación fluida por cuenta del sonido de los motores, de las bocinas incesantes que conductores, muchas veces en actos de impaciencia, hacen sonar sin necesidad, o por los parlantes y picós que a todo volumen suenan en calles y en establecimientos comerciales sin ningún tipo de sonrojo o preocupación por los vecinos, especialmente los fines de semana.
Aquello de que el ruido en Barranquilla no tiene estrato es tan real que el mapa de ruido de la ciudad, logrado tras una medición realizada por Barranquilla Verde, la autoridad ambiental distrital, evidencia que los decibeles se concentran en corredores como Circunvalar, Vía 40, en las carreras 46, 51B, 33 y 38, así como las calles 30 y Murillo. Esto en días hábiles y en horario diurno.
Otra cosa es en las noches, donde se suman al ruido las calles 84, 82, la 8 y la carrera 21, así como sectores aledaños a Plaza del Parque, Prado y Alto Prado.
La rumba se enciende y con ella los decibeles que no dejan dormir a muchos barranquilleros ni tener un descanso agradable, pues los picós también suenan a todo volumen en los barrios populares, incluso desde las primeras horas de los sábados, domingos y festivos.
Pese a los controles que las autoridades intentan ejercer para bajarle el volumen al ruido en Barranquilla, usando las herramientas que contempla el Código Nacional de Policía y Convivencia, pareciera que quedan desbordadas frente a tanta queja por el exceso de bulla en todos lados. Muchas veces porque no hay tanto policía ni funcionario de la Alcaldía para atender todas las zonas de la ciudad, pero también es cierto que en otras una vez se va la autoridad el escándalo se multiplica.
Hace falta que los ciudadanos y los propietarios de picós y de establecimientos de ocio y entretenimiento tengan presente que no están solos en su zona, que en sus alrededores vive gente que desea descansar o permanecer tranquilos en sus residencias sin que el corazón les quiera estallar por la vibración estridente de gigantes estructuras de sonido.
La contaminación auditiva, que también es propiciada por los audiocars, por las ventas callejeras y carromuleros que usan a veces unos destartalados y ruidosos megáfonos, por las industrias y por los motores de vehículos sin mantenimiento, entre otros muchos factores, es un problema serio que demanda atención.
EL HERALDO presenta hoy el mapa del ruido en Barranquilla y habló con personas afectadas por esta situación, permanente en muchos casos, que ya dicen padecer problemas de salud asociados.
Todo sonido que esté por encima de los 75 decibeles ya es considerado dañino por la Organización Mundial de la Salud, y doloroso si sobrepasa los 120 decibeles. Se preguntará usted: ¿cuántos decibeles marca el estruendo que sacude su tranquilidad con tanta frecuencia y por qué no es posible ponerle freno y quién lo controla?
Es un asunto complicado. Lo cierto es que es un fenómeno que requiere atención y un efectivo control por parte de las autoridades responsables y competentes de garantizar la seguridad, la tranquilidad y la convivencia ciudadana, porque no se puede seguir haciendo ‘oídos sordos’ al ruido que además tantos conflictos genera permanentemente.