La desventura del intransitable tramo de la calle 30, entre el puente Simón Bolívar y el Centro Comercial Tauro, en Soledad, se resume en el cuento del gallo capón. ¿Se acuerdan? Nada más cierto que de la inhóspita trocha que aparece en el camino rumbo al aeropuerto Ernesto Cortissoz, calvario obligado de miles de usuarios, se habla a diario. Lo hacen quienes se indignan, protestan o lamentan de su suerte, pero en definitiva nadie hasta ahora ha sido capaz de resolver semejante cuello de botella. El asunto se ha convertido en un juego infinito de elusión de responsabilidades, un círculo vicioso de peticiones, quejas y reclamos, que también recuerda aquella famosa frase de Songo le dio a Borondongo, de la monumental Celia Cruz. ¡Burundanga!

Lo primero que sorprende es que sean 100 metros, sí, ¡únicamente 100 metros! los que no han encontrado un doliente que asuma su reparación. A una sola voz, los afectados por el desastre que hoy es ese punto de la 30 insisten en la urgencia de una intervención profunda. Ni reparcheo ni medidas provisionales. El tramo en cuestión demanda una recuperación total que permita la circulación de vehículos a velocidades normales, no como ahora, cuando los conductores deben hacerlo a paso de tortuga para minimizar en sus automotores los impactos de los huecos o para esquivar los residuos sólidos de los que decidieron hacer del sector un basurero a cielo abierto.

Quienes por allí transitan, en especial en horas pico, reconocen que nadie acata las normas de seguridad vial, ni se detiene en el semáforo peatonal, lo que obliga a los transeúntes a lanzarse a la calle, corriendo riesgos para su integridad. Es como estar en el salvaje Oeste, pero en Soledad. Como en EL HERALDO es nuestro deber hacer preguntas, así sean incómodas, volvemos una y otra vez sobre esta problemática que lleva años haciéndole la vida de cuadritos a los habitantes de Soledad, sin duda. Pero también a los de Barranquilla, a los de los municipios del corredor oriental del Atlántico y, por supuesto, a los turistas que deben sentir pena ajena, y con razón, por padecer los avatares de una trocha de tercera que les da la bienvenida. Propios y extraños necesitamos entender por qué ha costado tanto encontrarle una salida posible a este caos vial.

Categorizando al Songo le dio a Borondongo de esta historia sin fin, la controversia se plantea en términos complejos. Muchos ciudadanos demandan que Barranquilla resuelva, pero esto no es viable porque la trocha se encuentra en jurisdicción de Soledad. ¿Qué dice entonces la secretaría de Obras del municipio? Que no le compete. En el fondo, lo que subyace es un conflicto por la titularidad del tramo entre el Instituto Nacional de Vías y la Agencia Nacional de Infraestructura. Siendo exactos, en 2009 Invías se lo entregó a la ANI, antes Instituto Nacional de Concesiones (Inco), al hacer parte de una vía mucho más extensa de la concesión Ruta Caribe. Y aquí viene el quid del asunto: esa concesión finalizó en 2020, dio paso a otra, la Autopistas del Caribe, en la que, ¡oh, sorpresa!, no quedaron incluidos los 6 kilómetros entre el puente del Inem y el aeropuerto, que contempla el tramo en discusión. Para acabarlo de enredar, pasa el tiempo y ni Invías ni ANI rajan ni prestan el hacha, con lo que todo el trecho se está deteriorando con rapidez.

Si Soledad trata de intervenirlo y pide los permisos de rigor, el instituto dice que no los otorga porque el tramo no le pertenece y le tira la pelota a la agencia que escurre el bulto señalando que este no es parte de la concesión bajo su supervisión. Árida disputa que paraliza cualquier intención de solventar la crisis, sumiéndola en una inercia absurda que causa enormes perjuicios a la región. Otra vez el lapidario y excluyente centralismo que nos condena a los territorios a cien años de dificultades por la incapacidad del Estado para solventar sus propias limitaciones.

Otro reto a superar ministro de Transporte, William Camargo. En sus manos está solucionar un limbo con alcance de infierno frente al que ya se habían suscrito acuerdos para destinar recursos de los excedentes de los peajes de Galapa y Sabanagrande para su mantenimiento. Otra pregunta incómoda, ¿qué hacen hoy con esa plata? Lo dicho, ingeniero: póngale fin al cuento del gallo capón y dignifique la vida de quienes la arriesgan a diario circulando por esta bendita trocha.