Nos achicharramos y esto es solo el principio. De una manera más técnica lo señaló hace pocos días el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, tras anunciar el final de la “era del calentamiento global” y el inicio de la etapa de “ebullición del planeta”. Nada distinto a lo que padecemos a diario en Barranquilla hasta el nivel de sofoco máximo. Fuera de ironías, el dirigente global insistió en asuntos, hasta ahora invariables, que sabemos de sobra y desde hace tiempo, sobre la actual emergencia climática. Uno, la culpa de todo la tenemos los humanos y dos, que ya no nos queda tiempo para nuevas disquisiciones. Así que urge actuar sin demoras y, sobre todo, sin esperar a ver qué hacen los demás para tratar de frenar y revertir el desastre ambiental en curso.

Imposible negar su dimensión con situaciones tan caóticas como las que nos topamos cada día: la ola de calor extremo en el hemisferio norte, los incendios en países del Mediterráneo o en Hawái, donde han muerto más de 50 personas, las devastadoras tormentas en el norte de Europa o el acelerado deshielo en la Antártida. No, el clima no está loco; hemos enfermado al planeta que sufre de una fiebre intensa que ha provocado descomunales estragos: desde pérdidas de biodiversidad, hasta variaciones del paisaje marino y terrestre, pasando, por el creciente deterioro de la condición de los humanos, tanto la física como la mental. ¡Las cosas como son!

Las complejas alteraciones derivadas de la emergencia climática, cada una más acentuada que la anterior, llevaron a los científicos a concluir que julio fue el mes más caluroso de los últimos 120 mil años. Tanto en tierra firme como en la superficie del mar. Casi nada. Los registros resultaron tan excepcionales, además de perturbadores, que el servicio Copernicus, de la Unión Europea, confirmó que durante ese periodo se alcanzó un aumento de 1,5°C por encima de la era preindustrial. Seguimos rompiendo récords, cruzando umbrales y superando límites, hasta ahora impensables, pero ni así asumimos conciencia de la difícil situación que atravesamos ni tampoco nos hacemos responsables de detener el ritmo de sobrexplotación de los recursos naturales.

Creemos que no nos afecta o que semejante degradación nos es ajena, así que seguimos botando basura o contaminando cuerpos de agua. Parecemos sordos, ciegos y mudos ante la suma de afectaciones y altibajos en el gran tablero del planeta, donde se nos convierte en paisaje el recuento de las muchas tragedias ambientales acontecidas o de los penosos nuevos récords históricos. En un entorno tan hostil con un calor ya insufrible, anomalías de temperaturas, lluvias torrenciales o un aire irrespirable, la aparición e intensificación del fenómeno de El Niño lo hará todo más extremo. Sin un real compromiso ciudadano y limitada voluntad política, la inacción climática nos cobrará en el corto plazo un elevadísimo precio en términos sociales y económicos.

Quienes estiman que esta crisis golpea a otros, no a nosotros, insisten en desconocer el peor problema que enfrenta la humanidad, menosprecian las evidencias o subestiman los análisis rigurosos y contrastados de científicos deberían enterarse que en Santa Marta, Riohacha y Cartagena las temperaturas máximas ya superaron los 38° C, mientras que en Atlántico, Cesar, Sucre o subregiones de Antioquia y Santander los termómetros han marcado más de 34° C. ¿Cree que es normal? No, no lo es. Como contamos hace unos días en EL HERALDO, las altas temperaturas por ausencia de lluvias o sequías prolongadas no solo desencadenarán más enfermedades cardiovasculares, respiratorias o renales, también afectarán cultivos, impactarán sus precios por la escasez, aumentarán el riesgo de racionamiento y elevarán las tarifas de energía.

Las primeras señales de ‘El Niño’ son evidentes. Ni los negacionistas podrían indicar lo contrario. Dependiendo de su intensidad el coste económico global se anticipa catastrófico, en especial en naciones como la nuestra que sin adecuadas respuestas institucionales podría verse abocada a sufrir una recesión climática. Así que no es únicamente este desesperante e inédito calor. ¡Qué va! La ebullición o fiebre planetaria nos convoca a la acción con medidas coyunturales, planes de prevención y adaptación, en tanto se acelera la transición energética con gradualidad, responsabilidad y dosis exactas de realidad. Tratemos de hablar menos carreta y hacer mucho más.