Si en España existe un término que retrata a la perfección la desvergüenza, descaro y cinismo del suspendido presidente de la Federación Española de fútbol, Luis Rubiales, ese es jeta. Haciendo gala de una infame catadura moral y humana, este caradura en vez de ofrecer verdaderas excusas, no un remedo de disculpas, de dimitir de su cargo o de reconocer la gravedad de su falta, decidió autoproclamarse como la víctima de este lamentable suceso que comenzó hace más de una semana con el reprochable beso no consentido que le dio a la jugadora Jenni Hermoso, mientras la selección celebraba el Mundial de Australia. Lo dicho, ¡jeta, mil veces jeta!
Habla el negacionista Rubiales, el machista transmutado en defensor del feminismo, de “piquito”, insinúa que la deportista lo provocó al acercarle su cuerpo y que el beso fue consentido por la joven que, tras las delirantes declaraciones del egocéntrico dirigente, debió salir a aclarar que ella es la agredida. ¿Ah? Difícil encontrar un discurso más ofensivo, manipulador e incendiario que el pronunciado por este tipejo en la sede de la Federación, donde congregó a un corifeo de hombres y mujeres tan impresentables como él para que a punta de aplausos validara su sarta de improperios. Pero, ¿de qué va este sujeto que a toda costa trata de desviar su manifiesta responsabilidad en el acto sexista, mientras coacciona a Hermoso para que salga en su defensa?
Es una pena que el escándalo desatado por el innegable abuso de posición dominante o jerárquica ejercida por Rubiales sobre la deportista, cuando de manera injustificable la besó en la boca, empañara el excelso triunfo de las jugadoras españolas. Sin ambages, las compañeras de Jenni, al igual que otras reconocidas figuras del deporte dentro y fuera de ese país, líderes políticos e, incluso empresas patrocinadoras la han abrazado, expresándose en contra de esta agresión, lo que ha desencadenado un cataclismo sin precedentes en el fútbol internacional. Con una poderosa fuerza feminista que sacude conciencias y trasciende fronteras, el mensaje se resume en una frase: “se acabó”. Sí, señor Rubiales, se acabó. ¡Usted es el único responsable!
Negar lo obvio, atacar el feminismo o victimizarse no lo salvarán del descrédito. Ni a usted y, en lo posible, a ningún otro individuo que se aproveche de su situación de poder para pisotear la dignidad de mujeres, en el deporte o en cualquier otro ámbito profesional, social o familiar. Por sus actos, machistas redomados como Rubiales se condenan a quedarse sin espacios en sociedades que transitan con más o menos dificultades hacia la igualdad de género. Tampoco, en su caso, puede ser el máximo dirigente del fútbol de las campeonas mundiales. Enhorabuena lo ha entendido así la FIFA que en una decisión inesperada, a decir verdad, tomada por el colombiano Jorge Iván Palacio, presidente de su comisión disciplinaria, lo suspende de manera provisional por 90 días de “cualquier actividad relacionada con el fútbol”. Sí, los tiempos cambian.
Esta tajante determinación de la FIFA se convierte en un histórico espaldarazo para tantas Jenni, que deben denunciar las vejaciones de sus superiores. Ha llegado la hora de ponerle fin a los silencios de las víctimas, a las agresiones de sus depredadores y a las actitudes de sus indolentes cómplices. Tras sus incontables contubernios con jetas de la misma o peor ralea de Rubiales, la rectora del fútbol se reivindica, rompiendo la desconcertante inercia del Gobierno de España ante el #MeToo de su deporte que le quedó grande resolver de manera perentoria, lo que dejó espacios a Rubiales para desplegar su inaceptable estrategia de salida: morir, matando.
Si bien es cierto que esto terminó para él, a quien se recordará también por ser el tipo que en el palco de la final hizo una ridícula ostentación testicular para celebrar el momento, la lección que deja este vergonzoso capítulo de insufrible machismo es que el cerco sobre sujetos como Rubiales se estrecharán cada vez más hasta impedirles el paso. Basta de impunidad. Y sí, se acabó.