El clima de tensión entre el Gobierno de Gustavo Petro y el empresariado colombiano pasó de ser una mera percepción a una preocupante realidad. El desinterés o desconexión mostrado por el Ejecutivo que ha sido distante, cuando no desafiante, en su forma de relacionarse con representantes de los gremios de la producción ha originado un escenario difícil -casi hostilen medio de una coyuntura compleja, en la que síntomas cada vez más evidentes confirman la pérdida de dinámica del crecimiento económico en el país. No en vano se extiende en sectores de la sociedad una sensación de incertidumbre o, incluso de malestar como consecuencia de su mutua desconfianza, en tanto el panorama se presenta adverso para la población en general.

Acostumbrados a gestionar crisis o a navegar entre riesgos e inquietudes, ejerciendo muchas veces como timoneles de sus propias compañías a las que mantuvieron a flote preservando empleo y generando riqueza, dos inamovibles de la paz social, los empresarios han tocado con insistencia las puertas del Gobierno para ponerse al servicio de la reactivación de la economía. Ellos tienen mucho que perder, cierto, pero toda la nación afronta un problema real que demanda soluciones pragmáticas que deben ser asumidas por el Estado como una prioridad. Alejar el fantasma de una recesión exige poner en marcha planes de choque concertados entre inversionistas privados y los ministerios. Estos últimos, como es de público conocimiento, no están ejecutando su presupuesto con celeridad ni eficiencia. Entonces, ¿qué esperan?

Demonizar al empresariado o caer en la tentación autoritaria de no reconocer su capacidad para apalancar el crecimiento de la economía es un desacierto político. También, bajo las actuales circunstancias de desaceleración, se envía un mensaje contraproducente a los mercados. ¿Qué necesidad? Ni el fanatismo ideológico ni el discurso que nos divide entre buenos y malos construirán las condiciones indispensables para frenar el retroceso en el que ha caído buena parte de los más importantes indicadores económicos del país. No es posible maquillar la realidad que a día de hoy confirma una contracción alarmante en el comercio, la construcción o la industria. Si la economía va mal, todo lo demás también descarrilará más temprano que tarde.

Ahora que las locomotoras del sector productivo se han ralentizado, lo que a la larga podría desencadenar efectos negativos en el empleo, generación de ingresos o capacidad de pago de las familias, es momento que Gobierno y empresariado aparquen sus diferencias y se suban al mismo tren para impulsar juntos la marcha de la economía. Necesitamos que esté fuerte, saneada, dinámica, porque de ello también depende que sea atractiva para la inversión extranjera. En este contexto de trabajo en equipo, algunos miembros del Ejecutivo que por su formación de izquierda conciben a las grandes empresas como simples estructuras de lucro financiero, sin detenerse en su dimensión social, tendrían que moderar su visión unidireccional dominada por una actitud de superioridad moral que les reduce el campo de acción.

Si el presidente Petro y sus escuderos insisten en representarse a sí mismos, sin escuchar ni tratar de entender a sus interlocutores, olvidándose que el presente y futuro de millones de colombianos, también de los migrantes, es su responsabilidad, tanto las divisiones como el desasosiego y las dificultades se acentuarán en la medida en el que ciclo económico continúe cambiando. Que los disensos, validos por cierto, entre Gobierno y gremios con los que el jefe de Estado se encontró este martes en la Casa de Nariño, sin resultados concretos, no nublen la razón de quienes deben entenderse. Ante retos tan importantes como los que están por delante es imprescindible que se reconduzca el rumbo. Asegurar estabilidad económica también requiere un acuerdo nacional con muchas voces que pese a su origen distinto deben esforzarse por hablar un mismo idioma. En un asunto tan relevante para el bien del país no hay cabida para un diálogo de sordos o un monólogo, donde el que más hable o grite pretenda tener la razón. Pragmatismo para avanzar. El tiempo apremia.