Hemos hablado tantas veces d el E co pa rqu e Ci é na g a d e Mallorquín que parece que lo conociéramos desde siempre. ¡Qué va! Apenas hoy jueves abre sus puertas este proyecto que encarna, como ningún otro, la esencia de lo que es una biodiverciudad, llamada a ser una de las improntas de la Alcaldía de Jaime Pumarejo. La intervención del ecosistema, concebida primero como una propuesta de campaña, articulada luego con sus comunidades de pescadores y materializada –en parte– con recursos de la comunidad internacional ha demostrado la fortaleza del modelo colaborativo entre actores públicos y privados trazado por la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, que resulta cada vez más urgente e indispensable: erradicar pobreza, combatir desigualdades y promover prosperidad, al tiempo que se protege el medio ambiente.
Si no asumimos que son los territorios verdaderamente sostenibles, esos que integran lo ambiental con lo social y lo económico, el mejor incentivo para que sus habitantes alcancen la plena realización de sus derechos con igualdad de oportunidades, como precisan los 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS), nos seguirá costando, y mucho, dar los pasos para transformar el entorno urbano y, en particular, nuestra conciencia ambiental. Evolucionar hacia una sociedad más inclusiva, resiliente y flexible es garantía de un futuro factible. Lo demás, no parece seguro.
Donde antes agonizaba un complejo lagunar altamente degradado con especies de fauna y flora, en particular tipos de mangle en riesgo de desaparecer, hoy ya es posible avistar aves que por primera vez han arribado. Esperanzador motivo para abrazar el avance de las primeras etapas del que debe ser un constante proceso de intervención ambiental, en el que la biorremedación con microalgas, liderada desde hace 10 meses por biólogos de la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA) para descontaminar el humedal, concentró parte del trabajo. La otra se dedicó a planificar, construir y gestionar las unidades funcionales de la obra. Entre ellas, los senderos, el muelle de equipamiento náutico y deportivo, el mirador y una piscina natural. Aún queda mucho.
Preservar este ecosistema que Barranquilla desdeñó durante décadas, a tal punto que lo mantuvo a sus espaldas, también es un asunto de justicia social. Su renovación ambiental apuesta por hacer de él un motor de desarrollo económico mediante el turismo sostenible. Varias iniciativas en este sentido han empezado a tomar forma y otras esperan fortalecerse de la mano de asociaciones de pescadores que confían en un aumento significativo del número de visitantes, tras la apertura del ecoparque, el ordenamiento de la playa de Puerto Mocho y el inicio de operaciones del tren turístico de Las Flores, con su malecón que tendrá ciclorruta y sendero peatonal. Urbanismo sostenible con espacio público de calidad para la gente que así lo demanda.
Como ocurrió hace años con la primera fase del Gran Malecón, contra el que muchos empresarios de Barranquilla arremetieron por desconfianza o desconocimiento del impacto socioeconómico que traería consigo la transformación urbanística de la zona industrial, al Ecoparque Ciénaga de Mallorquín no le han faltado detractores. Sus cuestionamientos sustentados, algunas veces en comprensibles prevenciones ambientales, otros formulados en clave ideológica o política, no deberían hacernos perder el alcance de los efectos positivos que proyectos tan excepcionales como este, soportados en criterios de sostenibilidad puedan originar en sus comunidades más cercanas, en la población que lo disfruta y, por supuesto, en la economía del territorio.
Antes de finalizar el año, el ecoparque de la ciénaga, que sería declarada área protegida por el Gobierno nacional, operará al 100 %. En esta etapa experimental abrirá fines de semana en horarios programados y con aforo limitado para respetar su capacidad de carga. Tenemos tanto que aprender de este santuario natural que nos convoca a extasiarnos con su grandiosa riqueza ambiental. Somos privilegiados: el Gran Malecón cambió nuestra manera de mirar el Río, ese ser vivo, dinámico que es ahora parte de nuestra realidad cotidiana; con Mallorquín, encaramos una oportunidad única para crecer como una sociedad capaz de suscribir un nuevo contrato socioambiental. Honremos su protección. Intentemos conectar con nuestra naturaleza a la que hemos dañado sin piedad y que a diario nos lo recuerda pasándonos una factura impagable.