ASalvatore Mancuso la verdad absoluta que ha prometido revelar cuando regrese a Colombia no lo hará un hombre totalmente libre. Recuperaría su libertad, pero el exjefe paramilitar designado como gestor de paz por el Gobierno de Gustavo Petro deberá seguir respondiendo por sus procesos judiciales activos. Quien lo señaló así en su momento fue el propio ministro de Justicia, Néstor Osuna, en respuesta a la tormenta que desató en el país su decisión con la que el Ejecutivo pretende dar un impulso, desde las entrañas de lo que fue la extrema derecha armada, a la estrategia de la paz total que ha insuflado nuevos bríos criminales a algunos grupos ilegales.
Como era previsible que ocurriera, Mancuso, quien permanece desde hace largo tiempo en un centro de detención migratorio en Georgia, renuncia a su solicitud para ser deportado a Italia y avala su inminente vuelta a Colombia para “contribuir con su conocimiento y experiencia al diseño de procesos de desarme colectivo de los grupos ilegales”, como reza textualmente la resolución firmada por el jefe de Estado en la que se oficializa su tarea. Sin duda, era lo que buscaba, al tocar de manera tan insistente la puerta de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que finalmente se le abrió este año, al igual que la de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz.
El otrora hombre fuerte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) no solo estaría detrás de obtener beneficios judiciales. También buscaría validar su papel de actor categórico en la historia del cruento conflicto armado para tratar de darle cierre a su proceso de desmovilización iniciado en 2004. Mancuso fue uno de los peores señores de nuestra guerra aún inacabada, determinador de los más atroces crímenes que se recuerden en la región Caribe que incluso él mismo ha confesado, pero sin pruebas ni evidencias reales sus revelaciones no han derivado, como sería lo más lógico, en investigaciones o procesos conducentes a garantizar verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición a sus miles de víctimas. Muchos de sus cómplices, a día de hoy, posan de intachables.
Impensable decir ahora que el ‘Mono Mancuso’, ‘Santander Lozada’ o ‘Triple Cero’, como se le conocía en el argot de las autodefensas, no marcó el rumbo de las atrocidades que han seguido las muchas organizaciones paramilitares herederas de su poderío criminal. Sin embargo, en el ejercicio de su nuevo rol como gestor de paz cabría preguntarse, ¿qué tanta ascendencia tiene en ellas luego de 15 años de haber sido extraditado a Estados Unidos, tiempo durante el cual ha estado aislado en centros de reclusión? Hacerlo encajar como un facilitador en la actual dinámica de estructuras ilegales sin carácter político, dedicadas a engrosar sus fortunas producto de todo tipo de rentas ilícitas, que aspiran a tener cabida en la paz total no será tan simple como algunos piensan. De hecho, podría ser lo más parecido a dar un triple salto mortal sin red.
En definitiva, lo más desafiante correrá por cuenta de su aproximación a las víctimas, para responderles, para darles la cara, como está obligado a hacer. Desde hace más de tres lustros, muchas esperan de Salvatore Mancuso algo de verdad, otras jamás podrán obtenerla: murieron llenas de dudas rasgándoles el alma. De ahí, la desconfianza que su retorno produce. Si el exjefe paramilitar desea francamente cerrar el capítulo de las AUC, como le aseguró al Gobierno que le compró su argumento, no puede eludir ninguna de sus responsabilidades: la verdad tiene que convertirse en su estandarte desde el primer momento. Lo otro sería una burla revictimizante que no se debe tolerar bajo ningún motivo. Conviene estar atentos para valorar su real voluntad.
Mancuso, como Carlos Mario Jiménez, alias Macaco, excomandante del Bloque Central Bolívar de las AUC, quien le pidió perdón a la sociedad por sus crímenes, deben aceptar que solo la verdad los hará realmente libres y no se trata de una metáfora bíblica. Su aporte a la paz total no parará las máquinas de guerra a las que con su demencial accionar dieron origen, pero sí podría empezar a sanar el dolor de sus miles de víctimas a las que se deben. Esa tiene que ser su meta, su punto de llegada. Detener la violencia sistemática que nos consume será más complejo, riesgoso, sin duda, pero no por ello tendría que asumirse como un desafío imposible.