¿Por qué parece que frente a la devastadora crisis migratoria del Darién nadie hace nada? Hasta ahora ninguna medida unilateral, acción conjunta o decisión política internacional ha logrado frenar el inhumano tránsito de migrantes irregulares que arriesgan sus vidas cruzando la inhóspita ruta entre Panamá y Colombia, a través de una selva en la que convergen los peligros propios de la manigua y las aún peores amenazas de grupos armados ilegales.

Las más recientes cifras del Servicio Nacional de Migración y Ministerio de Seguridad Pública de Panamá constatan, una vez más, la descomunal dimensión de una emergencia humanitaria a la que no se le ve techo.

Agosto fue un mes en el que se rompieron todos los récords de flujo de transeúntes. 79 mil seres humanos, 61 mil adultos y 18 mil menores, atravesaron a pie los 266 kilómetros que cubre el peligroso trayecto, en la frontera natural entre los dos países. Escalofriante. Con ellos, se elevó a más de 331 mil el número de personas que en los primeros ochos meses apostó por el agreste camino del Tapón del Darién para redondear su travesía a Estados Unidos o Canadá, donde confían en que encontrarán mejores condiciones de vida.

La de 2023 es una cifra inédita desde el inicio del registro en 2015. Al término de ese año se contabilizaron 29 mil viajeros, casi todos cubanos; en 2017 o 2020 apenas superaron los 6 mil, pero desde 2021 esta crisis migratoria presionada por los muchos efectos de la pandemia no ha hecho otra cosa que acentuarse.

Ninguno de los enormes riesgos a los que se enfrentarán en sus más que previsibles estaciones detiene el flujo de los caminantes, que en su gran mayoría proceden de Venezuela, Ecuador, Haití y Colombia, países donde iniciaron su travesía.

Antes se veía a adultos solos, ahora casi todos llevan a sus niños pequeños en brazos. Son familias enteras desarraigadas por razones económicas, sociales, ambientales, una violencia desbordada, conflictos de distinto carácter o desastres naturales, que no encuentran motivos para retornar a sus lugares de origen ni para dar marcha atrás en un recorrido que saben que puede terminar mal.

¿Salto al vacío? Sin duda, lo es. Pero, quedarse quietos, a la espera de que nada pase o de circunstancias aún peores a las actuales, no es una opción para ellos, así que prefieren lanzarse a una aventura sin red de seguridad.

¿Quién debe extenderle esa malla de protección a los migrantes? Muchos países del vecindario levantan la mano, pero pocos están dispuestos a pasar de los grandilocuentes discursos solidarios a acuerdos concretos que permitan gestionar un fenómeno de movilidad humana forzada tan complejo. No saben cómo actuar ni cuentan con medios.

Urge entonces coordinar actuaciones lideradas por naciones con capacidades ciertas para dar una respuesta eficaz, rápida y, sobre todo, concertada a una crisis migratoria que no remitirá por sí sola, mientras se mantengan inamovibles las difíciles condiciones en las naciones fuente, como por ejemplo Venezuela o Haití.

De hecho, la aparición de nuevas crisis o el deterioro de situaciones de por sí delicadas en países frágiles dispararon el número de refugiados y desplazados internos a 110 millones de personas en el mundo, cifra sin precedentes en la historia que aumentó 19 millones solo en el último año. Así que siendo honestos, en esta coyuntura global tan adversa, nada, absolutamente nada, indica que los migrantes dejarán de cruzar el Darién.

Panamá, que con Colombia y Costa Rica reciben el mayor impacto de esta emergencia, denuncia que se quedó sola frenteando este flujo desbordado, pese a ser un problema común que afecta a toda la región. Nadie debería mirar hacia otro lado cuando la desesperación continúa empujando a estas personas a emigrar.

Este es un tema que por su relevancia tendría que ser el punto central de todas las discusiones de nuestros líderes. No lo es, así que en vez de echar tanta carreta sobre lo divino y lo humano, traten de ponerse de acuerdo para encarar esta crisis que clama una respuesta. Se les hace tarde. Mientras lo hacen, es imprescindible reforzar a los organismos humanitarios, como Médicos Sin Fronteras o la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), que se declaran desbordados para cumplir con su labor. Sin expectativas de futuro en sus terruños, los migrantes seguirán arriesgando su presente lo que haga falta para alcanzar el sueño de una vida posible.