Como si fuera una bomba de racimo que en su caída libre dispersa pequeños fragmentos capaces de expandir la dimensión de su daño, el Pacto Histórico en el Atlántico se dinamita.
La política se cohesiona a partir de consensos y si estos no se respetan ni cumplen, la unidad de una coalición tan diversa como esta, construida por la amalgama de movimientos progresistas y partidos políticos de izquierda, pues se debilita, pierde estabilidad y entra en una permanente contradicción en la que los más fuertes terminan por imponer sus criterios o puntos de vista, desconociendo acuerdos previos e, incluso, reglas de juego concertadas en asuntos tan relevantes como lo es una consulta interna, de cara a las elecciones regionales del 29 de octubre.
La renuncia de cuatro candidatos del Pacto Histórico a la Asamblea del Atlántico, José Matías, Noira Pérez, León Martínez y José Antonio Bilbao, como contó esta semana EL HERALDO, hizo patente los sonoros desacuerdos en el interior de la alianza que llevó a Gustavo Petro a la Presidencia de la República. Estos veteranos dirigentes de izquierda en el departamento habían ganado la consulta para integrar una lista con voto preferente que a último momento fue cambiada a una cerrada, tras una orden emanada desde la dirección en Bogotá. Decisión que no entienden, no comparten y con la que no están de acuerdo. Por eso, dieron un paso al costado.
El distanciamiento entre integrantes de la militancia del progresismo, en particular de la Colombia Humana, venía incubándose de tiempo atrás, pero fueron los avales para los próximos comicios repartidos a dedo o con cartas marcadas por las cabezas visibles de la coalición, según trascendió, lo que terminó por acrecentar el malestar hacia determinaciones impuestas sin más, que tensaron sus relaciones hasta romperlas. Muchos se sienten engañados o burlados, de ahí su indignación al estimar que sus derechos fundamentales a elegir y ser elegidos les fueron vulnerados. No es un caso exclusivo del Atlántico. Las fracturas del Pacto Histórico se reeditan en Antioquia, Bogotá u otros territorios, donde las directrices unilaterales de quienes los inconformes llaman “burócratas de la Colombia Humana” agudizaron las divisiones internas.
No es que el disenso sea malo en sí mismo, la inquietud radica en que los integrantes del Pacto, llamados por ser partido de Gobierno a liderar la construcción del acuerdo nacional, han demostrado que no son capaces de entenderse, ni de resolver sus diferencias, ni de ponerse de acuerdo en lo fundamental para acompañar a sus candidatos o respaldar aspiraciones. De modo que se da como un hecho, al menos en el Atlántico, que votarán por quien quieran: Verónica Patiño, Raimundo Marenco, Eduardo Verano o Alfredo Varela.
No se trata de una simple impresión, es lo que realmente ocurrirá. En entrevista que publicamos hoy, el senador Pedro Flórez confirma que la conformación de las listas, la entrega de avales y otras decisiones adoptadas desde Bogotá por un órgano colegiado designado por el núcleo duro del Pacto desataron una tormenta que no tiene visos de amainar. No hay peor cuña que la del mismo palo.
La consecuencia natural de este desbarajuste propiciado desde el interior de los movimientos alternativos es la erosión de su proyecto político al que le crecen los problemas por las desatinadas actuaciones de su dirigencia. El que siembra vientos, recoge tempestades, así que los errores, como reconoce el representante Agmeth Escaf, en diálogo con EL HERALDO, tratan de ser solventados para recomponer el rumbo, en un intento de conjurar una derrota cantada en las regionales.
Es lo más sensato, aunque resulta difícil recobrar confianza si no hay generosidad ni mano tendida, sobre todo porque los liderazgos que aglutinaban las bases quedaron seriamente golpeados, tras decisiones del jefe de la Colombia Humana, Eduardo Noriega. En lo que sí no tienen discrepancias los congresistas del Pacto es en atribuirle a ese presidente, y no a Gustavo Petro, el guiño que se le dio a la aspiración de Alfredo Varela a la Gobernación.
La desgastante dinámica del divide y vencerás en el que está inmersa la coalición oficialista por obra y gracia de sus batallitas internas en las que se lanzan a la yugular de sus correligionarios, lejos de ser un complot de la oposición, como la intransigencia de los más sectarios intenta hacer ver, le pasará factura más temprano que tarde al progresismo encarnado por el propio jefe de Estado.
Menguado por el escándalo de su hijo Nicolás, el fuego amigo de su hermano Juan Fernando y la falta de consensos con sectores políticos que le permitan materializar sus reformas sociales o el acuerdo nacional, pasan los días de su Gobierno, mientras los comicios se vislumbran como una especie de referendo de su mandato. Los electores, con su capacidad de decidir, tendrán la última palabra. Así es como funciona la democracia. Que sea una lección para todos.