El país se paralizó este viernes a las 7:35 a. m. cuando se conoció la lamentable noticia de la muerte del maestro Fernando Botero Angulo, ese pintor, escultor y dibujante que con su talento engrandeció la imagen de Colombia por el mundo, demostrando que en esta tierra también brotan genios cuyas obras son dignas de exhibirse en los grandes museos de Europa, Estados Unidos o donde quiera que haya un amante del arte.
El maestro Botero, como prefería llamarlo la mayoría de admiradores de sus obras, gracias al manejo armónico del volumen logró ganar reconocimiento a nivel internacional, por lo que sus icónicas “mujeres gordas”, al igual que las aves o animales se convirtieron en la efigie de su amor por Colombia y lo llevaron a ser el peso pesado del arte nacional.
Países como Alemania, Estados Unidos, Italia, España, Emiratos Árabes, Inglaterra o China, solo por mencionar algunos, cuentan con esculturas creadas por Botero que embellecen sus plazoletas.
Pese a que se hizo grande desde Europa, jamás se olvidó de su terruño, ese mismo que siguió plasmando en sus pinturas, en las que incluía las montañas de Medellín y parte de nuestra fauna y flora nacional.
Quizá lo más loable es que con esas tradiciones colombianas tan arraigadas, Fernando Botero logró convertirse en un artista de talla universal.
Su hija Lina Botero, productora, curadora e interiorista, quien le apretó las manos hasta el último suspiro, ha contado desde Mónaco, donde falleció su padre, que el maestro venía aquejado por una neumonía, pero aun así tuvo la fortuna de seguir activo a sus 91 años, una edad a la que quienes logran llegar la viven sin mayores afanes.
“Lo veía entrar al estudio por cuatro horas, últimamente descubrió el encanto de las acuarelas, una técnica que le pareció retadora porque no admite erro- res y lo hacía muy bien. Además tenía Parkinson, enfermedad que lo mantenía rígido, y aun así seguía creando”.
Del conmovedor testimonio entregado por su hija resalta una frase que lo define como “el más colombiano de los colombianos”, un hombre que desde la distancia jamás se desconectó de su tierra y siempre mostró su lado más humano al sumarse a distintas causas sociales.
Tenía un corazón tan enorme como sus propias obras, al punto que llegó a donar toda su colección privada para que los niños colombianos puedan hoy acceder de manera gratuita al arte en su máxima expresión. Por ejemplo, el Banco de la República preserva y exhibe la colección de arte internacional en el Museo Botero, en Bogotá, con ingreso gratuito como fue su deseo.
Otro aspecto que vale la pena destacar es que usó el arte como excusa para narrar problemáticas sociales, la violencia en el Caribe que representó en el cuadro ‘Masacre en Colombia’, con el que visibilizó la conocida Masacre de las Bananeras, ocurrida entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga, Magdalena. Además reconfiguró la belleza con su ‘Mona lisa a los 12 años’, obra en la que convirtió ‘La Gioconda’ del italiano Leonardo da Vinci en una muestra de la diversidad de los cuerpos gobernados por el volumen.
Los homenajes alrededor del mundo en su honor han comenzado, y cualquiera podría quedarse corto ante la grandeza de este hijo ilustre de Colombia.
Les corresponde a las autoridades culturales y las instituciones de este importante sector preservar y garantizar la transmisión, exaltación y apropiación del inmenso legado que cultivó Fernando Botero. Un camino trazado que merece ser replicado para que muchos Boteros, escondidos en los diferentes rincones de Colombia sean inspirados para derrochar todo su talento y soñar con la grandeza que alcanzó el artista colombiano más reconocido a nivel internacional y sin duda uno de los que más ha querido a este país.
¡Adiós maestro Fernando Botero!