Colombia aparece, nuevamente, como el país con el mayor número de jóvenes de 18 a 24 años que ni estudian ni trabajan ni reciben capacitación de los 38 que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El estudio Panorama de la Educación 2023, (Education at Glance 2023), revelado recientemente, indica que nuestro porcentaje de ‘ninis’, como se conoce a este segmento, es de 28,7 %. Le sigue Chile, con 26 %; Brasil e Italia, ambos con 24 %. En el otro lado están, Alemania, con 8 %; Noruega, con 7 %, y Países Bajos, con 4 %. Ya en el cómputo general, Colombia casi dobla el promedio de las naciones OCDE, que es de 14,7 %.

Sin discusión alguna, este es un asunto de enorme complejidad que explica buena parte de nuestros fracasos como sociedad. No ofrecer oportunidades educativas y laborales de manera equitativa a los adultos jóvenes equivale a detener el ciclo natural de su evolución: la de cada uno de ellos y la de todos, como el colectivo que somos. Quienes terminan convertidos en ‘ninis’, casi nunca por una decisión voluntaria, son más vulnerables socialmente, obtienen a futuro trabajos precarios e informales, además de mal pagados y sin ningún tipo de seguridad social que aquellos jóvenes que continuaron estudiando o recibiendo capacitación a esas mismas edades.

No es el único dato preocupante que revela este análisis que también se ocupa de evaluar el nivel de nuestras instituciones educativas, del impacto del aprendizaje o del acceso a la educación. Colombia con 37,9 % aparece después de Brasil (40,9 %) como el segundo país con una mayor cantidad de personas en edad adulta, de 25 a 64 años, que no ha terminado el cuarto bachillerato o noveno grado. Tampoco salimos bien librados en la proporción de jóvenes de 15 a 19 años que se gradúan de bachillerato: un 58 %, cuando la media de los países OCDE alcanza el 84 %.

Si el 97 % de los niños de 5 años está escolarizado en el país, ¿cómo es posible que apenas el 59 % de los jóvenes de 15 a 19 años permanezca en el sistema educativo recibiendo algún tipo de formación? ¿Qué pasa con el resto? Algo sucede en el camino que expulsa a los alumnos de este engranaje fundamental para alcanzar elevados rendimientos en el futuro e impulsar su movilidad social. Es imprescindible identificar a la población en riesgo social y educativo para ayudarla a consolidar su trayectoria. Obtener un alto nivel de formación no se asocia únicamente a conseguir un buen empleo con una remuneración importante, que por supuesto es lo esperado, también contribuye a lograr una salud mental estable y una mayor cohesión y compromiso social.

Otro asunto clave que marca diferencia en la educación de alta calidad que se imparte en los países OCDE con mejor desempeño académico es la financiación. Mientras que Colombia invierte menos de 5 mil dólares por estudiante al año, Luxemburgo destina casi 25 mil, ¡cinco veces más! aunque, claro, el monto también depende del nivel de ingresos o del PIB de cada nación. De hecho, los salarios de los docentes, determinantes en el atractivo de la profesión, en el caso del promedio de los maestros de la OCDE, tras el ajuste por poder adquisitivo, se sitúan casi 11 mil dólares por encima de los de educación secundaria superior y con 15 años de experiencia en Colombia. En una ecuación virtuosa en la que indicadores, como el aumento de la inversión o la mejora de las competencias de los docentes son relevantes, conviene también enfocarse en la educación posmedia. La pertinencia en la formación de los estudiantes en sus últimas etapas es vital para desincentivar la deserción cuando aún hacen parte del sistema, mientras se acompaña y orienta su transición al mercado laboral y satisface la demanda de trabajadores cualificados.

Nuestro sistema educativo tiene que responder a los actuales desafíos. Uno de ellos es que la formación profesional en los niveles técnico y tecnológico debe ser más atractiva, con oportunidades reales frente a las que ofrece la trayectoria universitaria. Seguro que el Ministerio de Educación y el resto de los actores del sistema inmersos ahora en necesarios debates sobre la actualización de normativas del sector pueden hacerlo mucho mejor. Manos a la obra. No es aceptable que cuando todo parece fallar, nos quedemos sin recursos para avanzar en alternativas que mejoren las oportunidades vitales, educativas y laborales de nuestros niños y jóvenes.