Más paradójico, imposible. El mismo día en el que Linda Caicedo era nominada al Premio Puskás por el golazo que le marcó a Alemania, en el mundial de Australia y Nueva Zelanda, la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) anunció públicamente que le tiene la lupa puesta al fútbol femenino por una presunta cartelización salarial en su Liga. ¿Sorprende? Sí, pero no. Demasiados antecedentes que han erosionado la confianza en la dirigencia hablan por sí solos.
El gran momento del balompié femenino demostrado con creces durante la cita mundialista por nuestras talentosas jugadoras, muchas de las cuales son parte de destacados clubes internacionales, como la misma Linda, figura del Real Madrid, o Ana María Guzmán, recién contratada por el Bayern Múnich, contrastan con las supuestas acciones o comportamientos, a todas luces inaceptables, en los que habrían incurrido la Dimayor, la Federación Colombiana de Fútbol y 29 clubes profesionales, entre ellos el Junior, para “obstaculizar el desarrollo” del futbol de las mujeres en el país, según indicó el organismo, tras formular pliego de cargos en su contra y revelar los resultados preliminares de su investigación que podría derivar en millonarias multas.
Los señalamientos sobre posibles prácticas que limitarían los ingresos de las jugadoras de futbol profesional realizados por Francisco Melo, superintendente delegado para la Protección de la Competencia, no, no de esa que se nos viene a la mente cuando pensamos en deporte, sino la de la libre competencia, causan estupor. Otra vez, sobre las entidades rectoras del fútbol colombiano recaen sospechas realmente serias, sustentadas, dice la SIC, con pruebas documentadas en torno a su modelo de gestión que vuelven a cuestionar la transparencia con la que los directivos toman sus decisiones, de las que depende el funcionamiento de este sector.
En el análisis inicial, porque ahora la Superintendencia tendrá que comprobar las irregularidades de las conductas denunciadas para imponer o no las sanciones correspondientes, cada uno de los asuntos revelados resulta más escandaloso que el anterior. Lo más inaudito es el supuesto sistema acordado por los involucrados para estandarizar los salarios de las jugadoras, de ahí que se hable de cartelización, para que estas devengarán $4,5 millones como máximo. También la SIC trata de establecer si en los contratos laborales de las deportistas se habría incluido una exigencia para que cedieran los derechos de explotación de su imagen sin ninguna remuneración adicional.
Adicionalmente, la investigación indica que la negativa de los clubes a recibir recursos públicos ofrecidos por el Gobierno nacional para promocionar el fútbol femenino, pese a sus quejas por falta de patrocinio y presupuesto, era porque no deseaban ser vigilados ni auditados por los entes de control. Parece que las llaves comienzan a aparecer. Y una perla más. La SIC tiene en la mira el contrato de televisión de partidos que establecía, al parecer, la transmisión de 10 juegos masculinos por uno femenino. ¿En serio? Si así es resulta totalmente ofensivo y discriminatorio.
Con la tormenta que arrecia, pica y se extiende en el fútbol femenino mundial tras el escándalo de la Federación de España por la impresentable actuación de su expresidente Luis Rubiales, la cabeza de la Dimayor, Fernando Jaramillo, sale en defensa de sus actuaciones. Era de esperarse, además está en todo su derecho de hacerlo. Reitera que ha honrado su compromiso con el fútbol de las mujeres y saca pecho por sus buenos resultados internacionales y las contrataciones de jugadoras en el exterior. Válido, pero tanto él como los demás dirigentes del fútbol están obligados a entregar todas las explicaciones del caso. No se trata de desconocer esfuerzos, como reclamó Jaramillo: este no es un asunto de merecimientos, sino de determinar si violaron o no el régimen de protección de libre competencia regulado en la Carta Magna y otras normas legales.
A la gente le gusta cada vez más el fútbol femenino. Ha aprendido a valorarlo en su justa medida, como el motor de transformación social que también es. Con más sacrificios, renuncias y ganas que respaldos, salarios dignos o premios justos, la generación de jugadoras que antecedió a la élite actual abrió oportunidades para ellas y para quienes vienen detrás. No es tolerable que aparentes vicios en cadena perjudiquen lo hasta ahora ganado. Aún falta mucho para alcanzar igualdad y con acusaciones que ponen en tela de juicio, una vez más, la probidad de nuestra dirigencia, el camino se torna más complejo. Se necesitan señales de que las lecciones finalmente se aprenden