Es cuestión de tiempo para que Nicolás Petro se siente frente a un juez. Por lo que se ha conocido su juicio será en Barranquilla, ciudad donde reside, de manera que la Fiscalía radicó el escrito de acusación ante sus juzgados penales del Circuito Especializados. También era cuestión de tiempo para que se confirmara su nueva estrategia de defensa. En las últimas semanas, al parecer, se habían multiplicado sus gestos, o mejor, sus silencios ante la Fiscalía, con la que acordó colaborar para negociar un principio de oportunidad, tras admitir que recibió dinero para la campaña presidencial de su padre del exnarcotraficante Samuel Santander Lopesierra y de Gabriel Hilsaca Acosta, hijo de Alfonso ‘el Turco’ Hilsaca. Parte de él, por lo que se sabe, acabó en sus bolsillos.
Si Nicolás decidió desandar sus pasos es legítimo. Su abogado, sin embargo, le aseguró a EL HERALDO que fue la Fiscalía la que de manera unilateral suspendió la negociación. En cualquier caso, ha llegado el momento de que responda por los delitos que se le imputan: enriquecimiento ilícito y lavado de activos, en un juicio de impredecibles efectos que concentrará, como pocos, la atención política y mediática del país. La Fiscalía, de acuerdo con sus funciones, tendrá que presentar las pruebas en su contra y demostrar sus acusaciones para que un juez, finalmente, dirima sus eventuales responsabilidades penales.
Más allá del tono emocional con el que Petro Burgos se pronunció tras el llamado a juicio o justificó su determinación de no colaborar más con la Justicia, al indicar que había sido “presionado hasta el límite” para que se convirtiera en “un arma” contra su padre, por lo que “decidió levantarse y no arrodillarse ante el verdugo”, en clara referencia al fiscal Francisco Barbosa, el exdiputado no puede ni tiene cómo desconocer, tampoco relativizar, que se encuentra inmerso en un gravísimo escándalo de corrupción política con impacto en el Gobierno, en el que aún no todo está dicho. Las cosas como son. Nicolás reconoció, en su momento, que “sabía mucho”, eso no se olvida sin más. Si lo hace, Day Vásquez, su exesposa, la garganta profunda de esta historia, al margen de su trasfondo pasional, sigue con el ventilador encendido, revelando lo que conoce, que también es bastante, como le precisó a EL HERALDO su abogado.
No fue por azar ni por casualidad que en su declaración en la red social X, Nicolás usara las mismas palabras pronunciadas por el jefe de Estado días atrás cuando se refirió a su caso durante un acto público en Sincelejo. Ciertamente, su encuentro en Barranquilla, tras el desaire que el hijo le hiciera al padre, mientras el primero permanecía detenido en Bogotá, alivió tensiones en su fracturada relación. E, incluso, visto lo visto, dio por superadas las evidentes hostilidades que surgieron después de la desatinada frase de “yo no lo críe”, dicha por Petro Urrego como una forma de marcar distancia cuando estalló semejante crisis, que luego tuvo su réplica en la de “no me inmolaré por mi papá ni por nadie. Solo por mi hijo”, de Petro Burgos a la revista Semana.
Bien por ellos. Pocas situaciones son más difíciles de resolver que los conflictos familiares. Los Petro lo saben bien. No le falta razón al primogénito del jefe de Estado cuando dice que ha iniciado “la lucha de su vida”. Este nuevo escenario abre un capítulo inédito en el caso. No queda claro si a su favor, porque las preguntas por resolver son tan numerosas como comprometedoras. ¿Se enteró el candidato Petro del ingreso de dineros ilícitos a su campaña? Y si fue a sus espaldas, ¿quién avaló su entrada, autorizó los pagos de eventos en la región Caribe con esos recursos o Nicolás nunca los reportó y se quedó con todo? ¿Qué tanto conocían Armando Benedetti, Laura Sarabia, Ricardo Roa u otras figuras claves de la campaña sobre estos opacos manejos del hijo del aspirante? ¿Qué prometió a cambio? ¿Cuál fue el aporte de los clanes políticos del Atlántico?
El hijo del presidente tiene las respuestas. De eso no cabe duda. Por responsabilidad con el país, ahora a instancias de un juez, se espera que hable con verdad. Es aventurado anticipar qué ocurrirá, pero si como dijo alguna vez el jefe de Estado, su llegada al poder “viene de algo diferente, de otra historia, de otra realidad y de otra sensibilidad”, la opinión pública confía en que se reconozcan los errores, como parece que los hubo, y que la justicia obre. Ni más ni menos.