En tanto los bombardeos aéreos de Israel detonan inéditos récords diarios de muertos en Gaza, la sinrazón de la guerra se expande hacia nuevos ámbitos, escalando sus hostilidades.


El choque más alarmante se ha producido a miles de kilómetros de allí en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York. Preocupa porque se supone que en el seno de ese organismo las delegaciones internacionales debaten eventuales salidas viables a la agónica situación humanitaria que soporta la franja en la que, desde el 7 de octubre tras el atroz atentado terrorista de Hamás, la desproporcionada ofensiva israelí ha matado a casi 6 mil personas, 775 en la jornada del martes. Es un hecho que si la diplomacia falla el extremismo terminará por imponerse, como hasta ahora.


En el punto de mira de Israel, que parece haber encontrado un foco adicional de discordia, se sitúa el secretario general de la ONU, António Guterres. La inédita crisis estalló a raíz de las declaraciones del representante de la organización internacional, quien aseguró literalmente que los ataques de Hamás no venían “de la nada”, sino luego de que los palestinos hubieran estado “sometidos a 56 años de ocupación asfixiante”.


Sus palabras desencadenaron, de inmediato, una airada reacción de la Cancillería israelí que decidió negar y revocar visados de funcionarios de las Naciones Unidas, entre ellas la de su máximo representante de Asuntos Humanitarios, estimando que Guterres, a quien le pidieron su dimisión del cargo, justificó la barbarie terrorista de Hamás.


La represalia israelí no solo envía un mensaje devastador frente a la indispensable ayuda humanitaria que se le debe proporcionar a la población gazatí, sin agua, comida ni medicinas, la cual no puede ser considerada ni un arma de guerra ni una moneda de cambio, sino lo que verdaderamente es: una obligación contemplada en las normas de toda guerra.


Adicionalmente, la respuesta de Israel de que ha llegado el momento de darle una lección a la ONU, como señalaron públicamente sus diplomáticos, añade más leña a un fuego que arde con especial intensidad, mientras aumenta la inestabilidad en una región en máxima tensión desde siempre.


Por mucho que la intencionada guerra de propaganda o de acusaciones mutuas, alentada desde el primer momento por ambas partes, radicalice posturas históricamente alineadas en extremos opuestos, como si se tratara de un inofensivo juego de ajedrez, la realidad es tozuda.


Hamás lanzó contra Israel un brutal ataque terrorista, masacró a sus ciudadanos, secuestró centenares de civiles y condenó a su propia gente a un sufrimiento inenarrable. Israel, por su parte, en cabeza del Gobierno más radical de su historia, puso en marcha una operación de castigo apocalíptico que ha convertido a Gaza en un infierno sobre la tierra, con millones de personas bloqueadas u obligadas a punto de ultimátums a huir, con incontables hospitales, escuelas y viviendas arrasados, y un espantoso reguero de muertos, de los que más de 2.300 son menores de edad.


Más inhumano, imposible. Mientras los misiles y cohetes zumben por doquier, también lo será hablar de paz o de una solución negociada con dos Estados. Se necesitan determinaciones valientes y, en particular, cargadas de sensatez para asumir que tan ilegítima ha sido la respuesta de Hamás a la inaceptable ocupación, como la de Israel a este condenable ataque.


Así que en la medida en que la iracunda e irracional estrategia de la venganza, de unos y otros, siga justificando lo injustificable, el conflicto con su insoportable carga de odios no se superará. Por eso, lo que propone Guterres, el árbitro convertido de repente en enemigo por una de las partes, resulta razonable. ¿Por qué no insistir en un alto el fuego humanitario en Gaza para tratar de remediar este “sufrimiento épico”? Gobernantes que coinciden en el llamado deben procurar los medios.


Que la andanada de Israel contra la ONU, señalada por su irrelevancia como garante del derecho internacional en otras crisis crónicas, como la de Siria o Ucrania, no desvíe la atención de la cuestión principal.
La guerra de Gaza, con su cúmulo de violaciones del DIH, no puede eternizarse. El fin de Hamás no pasa por ello, como se cree erróneamente. El asunto es mucho más complejo que desaparecer la franja o aniquilar a todos los que allí malviven. Urge que cese el fuego graneado de declaraciones entre Israel y la ONU para centrarse en lo realmente importante.