Barranquilla recibirá, finalmente, de Santiago de Chile, la bandera para ser sede de los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos de 2027. ¡Lo que ha costado llegar a esta confirmación! Hasta el anuncio formulado en la mañana del jueves por el presidente de Panam Sports, Neven Ilic, la celebración del evento deportivo, el segundo en importancia a nivel global después de los Olímpicos, no estaba garantizada. Más bien se podría decir, incluso, que lucía bastante embolatada, debido al incumplimiento de los compromisos adquiridos por Colombia. Nada distinto a lo acordado en su momento: el desembolso de pagos por derechos, la creación de un comité organizador, la presentación de un calendario de trabajo y de un presupuesto a la entidad.
Justamente el ultimátum dado en agosto por la organización deportiva panamericana, que puso sobre la mesa la eventual terminación del contrato firmado en 2021, convirtió la búsqueda de salidas para hacer viables los juegos en una carrera contra el tiempo. Pese a los esfuerzos de distintos sectores, nada que se daba luz verde, con lo que el nerviosismo, sobre todo tras el inicio de los Panamericanos de Santiago, iba in crescendo, tanto en el equipo de Panam Sports como en las autoridades nacionales, departamentales, distritales y los miembros del Comité Olímpico.
Hasta el último instante el fantasma del fracaso sobrevoló la ardua negociación que la delegación colombiana, liderada por el Ministerio del Deporte, el COC y la Alcaldía de Barranquilla, sostuvo la semana pasada, en Chile, con Panam, tratando de definir la hoja de ruta o el mecanismo para ejecutar los pagos pendientes. Gracias a su descomunal esfuerzo, que es de elemental justicia reconocerle a cada uno de ellos, el plazo adicional otorgado por el organismo abrió un razonable compás de espera que destrababa la realización de las justas deportivas. El anhelado anuncio se suponía que lo debía formular el presidente Gustavo Petro durante su visita de trabajo a la ciudad el viernes anterior, pero su silencio volvió a dejar en pausa un asunto que se creía ya resuelto.
Y lo estaba, realmente. Faltaban unos ajustes, pero el grueso del acuerdo, soportado en la palabra del Estado colombiano para honrar sus compromisos con Panam, se había cerrado, como lo ratificó la declaración hecha por Ilic, celebrada por la ministra Astrid Rodríguez y por el alcalde Jaime Pumarejo, quien, a decir verdad, se quitó un piano de encima. Seguro mató confianza. Ahora, sí es posible asegurar, sin temor a equivocarse, que Barranquilla será anfitriona de unos juegos luchados como pocos que demostraron cómo la unión hace la fuerza. Nadie, ni siquiera el más optimista de los optimistas, podría haber creído que la ciudad tuviera la capacidad, en todo sentido, para organizar sola unos juegos de semejante magnitud, pese a la confianza concedida.
Como se ha señalado con insistencia, los Panamericanos deben entenderse como un proyecto de país que desborda la dimensión territorial, en este caso de Barranquilla o de departamentos del Caribe que Panam determinará si podrían ser sedes alternas. Habría sido un craso error que el Gobierno del Cambio desperdiciara una oportunidad histórica para que Colombia fuera epicentro de un encuentro hemisférico que reunirá a deportistas de 41 naciones. Bien lo indicó la ministra Rodríguez, más allá de competencias, los juegos son un motor de desarrollo socioeconómico que dinamizará sectores formales e informales, con un impacto directo en millones de ciudadanos.
Este paso tan importante, porque sin duda lo es, no solo nos llena de orgullo, también señala un camino de lecciones inestimables. Por un lado, pone en valor la utilidad del trabajo en equipo, sin detenerse en intereses de tal o cual signo político. Segundo, si la región logra articularse como un todo en torno a las justas, estas pueden ser el aliciente que necesitábamos para acelerar la integración. Y tercero, Barranquilla, también el resto del Atlántico, tiene una oportunidad de oro para dar un salto significativo en sectores claves de su economía: turismo, hostelería y comercio.
Gran parte de las instalaciones deportivas que acogerán pruebas tendrán que ser mejoradas o renovadas. Otras aún están en marcha, así que demandarán inversiones, que no es otra cosa que empleo, además de desarrollo urbanístico, con espacio público y beneficios para todos los ciudadanos. Los Centroamericanos nos dejaron enseñanzas a tener en cuenta, una de ellas la eficaz cooperación público-privada que, sabemos de sobra, hará de los Panamericanos una fiesta inolvidable, de esas que se nos quedan en la retina, pero sobre todo en lo profundo del corazón. ¡Manos a la obra, avancemos con pie derecho en este sueño hecho realidad para Barranquilla!