El porrazo del petrismo en las elecciones regionales del domingo, reconocido incluso por varias de sus más relevantes figuras, como Gustavo Bolívar, el derrotado candidato del Pacto Histórico y del presidente a la Alcaldía de Bogotá, debe entenderse mucho más allá del voto castigo, que también es.

El contrapeso que ejercerá el nuevo tablero de liderazgos políticos en el país, resultado de la voluntad popular legítimamente expresada en las urnas, podría recrudecer el de por sí complejo escenario de gobernabilidad que afronta el jefe de Estado, por razones propias de su cuestionada gestión, en particular por el aumento de la inseguridad, y por los sucesivos escándalos con los que ha tenido que lidiar desde el inicio de su mandato hace tan solo 14 meses.

Si el presidente Petro desea frenar la progresiva erosión de su capital político, como de manera perentoria ha sido notificado por los votantes, debe comenzar a dar pasos certeros, abandonando su usual frugalidad para esforzarse por redefinir, al menos sobre el papel, su relación con los nuevos poderes locales que asumirán el 1 de enero de 2024, algunos de los cuales se sitúan en sus antípodas ideológicas. Es ahí donde la política, el arte de lo posible, también del engaño, claro, entra en juego.

¿Quién moverá ficha? Hasta ahora, los mensajes transmitidos por su círculo cercano, también los revelados por él mismo, no son los más alentadores en el propósito que exige la nación de darles un vuelco a sus discursos vacuos que causan desencanto.

Por mucho que en Colombia se valide aquello de que perder es ganar un poco, la verdad es que perder es perder. Punto. Y aún más, la manera cómo alguien, en especial un político, encaja sus derrotas es un claro indicativo de su capacidad de autocrítica, ese valor imponderable del que carece buena parte de nuestra clase dirigente, que posesa de obstinación se autopercibe erróneamente infalible, como ungida por una verdad revelada que solo ella conoce. Pero los hechos o, mejor aún, los votos son los que son y en su gran mayoría ratificaron el descontento e inconformidad de los ciudadanos electores contra el Gobierno nacional y algunos locales, a los que sometieron a un referendo. Claro ejemplo de ello es lo que sucedió en Medellín, con el arrasador triunfo de Federico Gutiérrez, y en Cali, donde Alejandro Eder se alzó con la victoria.

En Bogotá, con una votación inédita, Carlos Fernando Galán se impuso con suficiencia, reafirmando el carácter independiente de una ciudad hastiada del mezquino adanismo de sus gobernantes que no ha permitido darles continuidad a grandes proyectos destinados a mejorar las condiciones de vida de sus millones de habitantes. No es posible ganar unas elecciones cuando no se conecta con el electorado ni se tiene grandeza democrática para reconocer lo bueno que está en marcha.

El discurso de la indignación o el voto contra el establecimiento dejan de ser efectivos cuando los que gobiernan son los mismos que los han promovido. ¿Contra quién irán ahora? Intentar derribar a los adversarios o reducir sus opciones no parece tan viable como antes.

Se hace imprescindible que el Gobierno del Cambio entienda que el viraje político de las principales ciudades desde el progresismo hacia el centro, bien sea derecha o izquierda, es también un llamado a la moderación, al consenso y, sobre todo, a abandonar el sectarismo, la exclusión y la banalización de la política, que no puede ser vista de manera generalizada como delictiva o corrupta. Cierto, la gente no gusta de los políticos, pero necesita de ellos para que les resuelvan sus problemas, por eso respaldan a los que saben hacerlo.

Lo de construir sobre lo construido que ha hecho carrera en Barranquilla y el Atlántico durante 16 años no es un eslogan de campaña ni una frase de cajón, duélale a quien le duela, sino una realidad incontestable que ha producido avances que son perfectibles, eso sin duda, pero también reales por la demostrada capacidad de gestión de quienes los han puesto en marcha y que ahora volvieron a recibir, en el caso de Alejandro Char y Eduardo Verano, la confianza ciudadana con votaciones históricas de los partidos Cambio Radical y Liberal, los grandes ganadores de la contienda en el departamento.

Escuchar y entender a los votantes en Barranquilla y municipios resulta indispensable para quienes aún les cuesta comprender esta realidad. También cabría que se preguntaran por qué está mal darle continuidad al proyecto político que gobierna a Barranquilla y el Atlántico desde 2008 y no al que lo hace en Santa Marta y Magdalena desde 2012.

Es un hecho que las elecciones devolvieron el poder local a sectores políticos o clanes tradicionales que deberán honrar sus votos. Háganlo sin populismos ni demagogias, sin revanchismos ni deseos de venganza, no cometan los mismos errores de una izquierda ensoberbecida por el poder que dilapidó sus opciones, se dedicó a romperse hasta implosionar, reduciendo su campo de acción.

Los electores merecen claridades, certezas y, en lo posible, algo de esperanza. La que también confían en que les ofrezca el presidente Petro, a quien por el momento le sobra negacionismo ante su derrota.