En solo un mes, Gaza se ha convertido en un infierno sobre la Tierra. También, en un cementerio. No solo de niños, como señaló en su momento Unicef: más de 4.100 han muerto hasta ahora. Igualmente en la franja han fallecido unos 6 mil adultos. En total, más de 10 mil personas a un irracional ritmo de 2.500 por semana desde cuando Israel lanzó una ofensiva militar catalogada por Naciones Unidas como una operación de “castigo colectivo”, desproporcionada e injustificable, en forma de incesantes bombardeos y ahora en fase terrestre. Su respuesta a los atroces ataques terroristas de Hamás en su territorio, el 7 de octubre, que nadie anticipó ni vio venir y en los que mataron a 1.400 personas, entre ellas a dos colombianos, y secuestraron a 240.

Una masacre no justifica que se cometa otra. La venganza nunca será la respuesta. Ni el demencial atentado criminal ejecutado por los terroristas de Hamás ni la guerra total declarada por Israel son defendibles. Mucho menos pueden entenderse como acciones justas o necesarias derivadas de su prolongado conflicto. Frente a las matanzas de civiles no puede existir un doble rasero que conceda libertades a unos o que ponga el acento a favor de otros para exculpar sus propias arbitrariedades o vulneraciones del derecho internacional humanitario. No es tolerable.

Lo que está sucediendo en Gaza supera, de lejos, el horror más impensable. Pasan los días, se cumple ya el primer mes de la guerra, y nada augura que se alcancen en el corto plazo mínimos consensos para hacer viable la propuesta de Estados Unidos de establecer corredores humanitarios o de realizar pausas en la contienda que permitan asistir a las decenas de miles de personas atrapadas sin escapatoria posible. Sin otro norte que el de la revancha, ni mediadores y, aún menos, el primer ministro Netanyahu y la dirigencia de Hamás, estiman factible ponerle fin a la conflagración para retomar la negociación de paz sobre la existencia de los dos estados.

Así las cosas, ¿cuántas personas más tendrán que morir para que se logre un punto de inflexión que detenga esta barbarie? La diplomacia no parece tener la respuesta, a decir verdad. Con reducida efectividad, el secretario de Estado, Antony Blinken, de gira por la región, ha puesto a prueba su capacidad de negociación ante el mundo árabe, decidido a cerrar filas con los civiles palestinos, tras declararse horrorizado, ¡cómo no!, por la demoledora ofensiva israelí en la franja. La suspensión de los Acuerdos de Abraham es otra previsible consecuencia de la expansión de la contienda en la región que ha generado especial tensión en la frontera con Líbano, Irán y Yemen.

La batalla casa a casa, iniciada hace poco más de una semana por el Ejército de Israel en la franja, anticipa una incursión larga, difícil e impredecible. Aún si los militares logran sacar de sus túneles a los milicianos de Hamás e, incluso dan de baja a objetivos estratégicos de la organización terrorista, ¿supondrá esto su fin definitivo? No necesariamente. Analistas lo ven poco probable por sus alianzas con otros grupos extremistas islámicos, como Hezbolá y la Guardia Revolucionaria iraní, pero sobre todo, porque las operaciones de castigo de Israel tienen un demostrado potencial de contagio que se traduce en nuevos adeptos a la causa de la resistencia.

En definitiva, la seguridad del pueblo judío, de su gente en su hogar, siempre estará en riesgo, mientras se mantenga la ocupación o su dirigencia no sea capaz de honrar su declaratoria de ser un “Estado democrático y judío”. ¿Qué tanto está dispuesta a sacrificar para demostrarlo? Hasta ahora el actual gobierno de derecha y de extrema derecha, pese a su avasallante poderío militar ratificado en Gaza, no ofrece garantías de que su tierra, que también es la de Palestina, sea segura para los suyos. En todo caso, si su objetivo se cumple y logra desalojar a los terroristas de Hamás del poder en Gaza, ¿cuál es el plan B, el regreso de Al Fatah y de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) a un territorio arrasado e impotente tras lo ocurrido?

Como revelan las inconclusas guerras de Ucrania o de Siria, se sabe cuándo inician los conflictos, pero casi nunca se tiene claro cómo ponerles límites y, en particular, cómo darles fin sin que se convierta en una humillación o rendición para una de las partes, impidiéndole cerrar sus heridas. Con sus decisiones, Israel escribe su presente y se juega su futuro. ¡El horror de Gaza debe parar!