Con un llamado a tomar el rumbo correcto, acelerar las acciones para hacer frente a la actual emergencia climática y definir nuevos compromisos en materia de eficiencia energética, comenzó en Dubái, en Emiratos Árabes Unidos, la vigésima octava Cumbre del Clima, la COP28.
Sin espacio para más excusas porque el tiempo se agota para evitar el “punto de inflexión letal”, como catalogan los expertos al incontrolable calentamiento del planeta, este encuentro reviste una trascendental importancia porque revisará en detalle qué tanto se ha venido cumpliendo el histórico Acuerdo de París, suscrito durante la COP21, en 2015, cuando 192 países pactaron reducir sus emisiones contaminantes para limitar el aumento de la temperatura global por debajo de 2 grados centígrados respecto a la era industrial. Objetivo, hasta ahora, no alcanzado.
No es lo único en lo que fallan las naciones firmantes, en particular los países ricos e industrializados, que también suelen ser los que más contaminan, al menos en el caso de Estados Unidos, China o India, cuyos gobernantes, por cierto, han anticipado que no acudirán a la cita de Dubái. En su corte de cuentas, Naciones Unidas insiste en que la meta de recaudar USD100 mil millones al año, acordada en la COP15, de 2009 en Copenhague, para compensar los daños provocados por los devastadores efectos del cambio climático en los territorios más vulnerables, usualmente situados en el sur global, aún está lejos de hacerse realidad. Mientras las necesidades no paran de crecer: unos USD300 mil millones demandarán estas naciones anualmente, a 2030.
Tampoco se ha definido cómo se pondrá en marcha y operará el Fondo de Pérdidas y Daños, creado el año anterior en la COP27 de Sharm el-Sheikh, en un acto de justicia climática. Determinar el monto en el que se ampliará la financiación, quiénes la asumirán o cómo se distribuirá son asuntos que deberían abordarse en las negociaciones del actual encuentro.
Hasta ahora, pese a la audacia del presidente de la cumbre, el Sultán Al Jaber, quien también es ministro de Industria y Tecnología Avanzada, jefe de la cuarta petrolera más grande del mundo y de una empresa de energía renovable, lo cual es un modelo interesante, la fragmentación geopolítica global ha impedido acercar posturas para cerrar compromisos viables, a pesar de las urgencias.
Dicho de otra forma, la ausencia de cooperación internacional, que es también falta de solidaridad, unidad e inclusión, conspira contra la búsqueda de soluciones conjuntas, colectivas o colaborativas en un mundo interconectado. Si no se asume que la emergencia climática, derivada del calentamiento del planeta, es un problema global que exige respuestas en esa misma dimensión, esta cumbre volverá a encallar en sus más ambiciosos propósitos, como ha ocurrido en las últimas ediciones. El telón de fondo de esos sucesivos reveses es la resistencia de estados o empresas para reducir de manera progresiva la producción de los combustibles fósiles.
Enfocarse en sumar e incrementar las acciones de gobiernos, sectores productivos y sociedad civil hacia una transición energética justa que reduzca gradual y creíblemente la producción de carbón, petróleo y gas, triplique la capacidad de las renovables, eólica, solar, hidráulica y geotérmica, y duplique la eficiencia energética, sentará las bases para construir el nuevo sistema del futuro libre de combustibles fósiles. Razones existen de sobra para avanzar con pasos certeros hacia el objetivo de emisiones netas cero para 2050, no hace falta convertir este asunto en una lucha ideológica ni en un enfrentamiento por motivos económicos. Es cuestión de descarbonizar.
Saber diseñar esa hoja de ruta es clave, al igual que destinar recursos para la financiación climática dirigidos a adaptación, mediante acuerdos, claro. Lo anterior no solo aplica en el contexto global, también en el nacional, en el que al Gobierno del Cambio le sobra voluntad, pero le falta capacidad para iniciar, acelerar o destrabar proyectos de energías renovables, imprescindibles en la transición energética, que tiene un costo elevado.
La ambición climática es crucial, la delegación colombiana en Dubái liderada por el presidente Petro la tiene, pero hará falta más que eso para consensuar con dosis de realismo las medidas que contribuyan a superar la actual emergencia. Cuesta creer que en un asunto tan vital, el optimismo sea más bien escaso.