Colombia empeoró sus resultados en la más reciente edición del informe Pisa que evalúo a cerca de 700 mil estudiantes de 15 años de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Las pruebas internacionales realizadas en 2022, las primeras tras la pandemia, evaluaron las capacidades de los alumnos en tres áreas fundamentales del proceso de aprendizaje: matemáticas, comprensión lectora y ciencias. Nuestros promedios estuvieron muy por debajo de la media del conjunto de naciones evaluadas que registraron, por cierto y esto no es ningún consuelo, un descenso alarmante, sin precedentes, de 15 puntos en la asignatura de matemáticas y de 10 en el caso de la lectura frente al estudio anterior que se practicó en el 2018.

Detrás de las puntuaciones de los alumnos colombianos, que valga decir son malas, (matemáticas, 71 %; ciencias y com- prensión lectora, 51 %, respectivamente, por debajo del promedio de la OCDE) el análisis confirma que no estarían adquiriendo los conocimientos suficientes o necesarios para hacer cálculos matemáticos u operaciones lógicas, tampoco para comprender lo que leen, de manera que escribir, ofrecer un discurso con argumentos o realizar interpretaciones también se les dificulta. Ese deficiente rendimiento académico se revela en sus reportes de cada trimestre, pero en definitiva es el futuro de estos jóvenes, próximos a cerrar su actual ciclo de formación, el que se muestra desolador porque no lograrían alcanzar lo mínimo que se requiere para tener una participación plena en la sociedad.

Si bien es cierto que la pandemia por el prolongado cierre de las escuelas, de un lado, y las evidentes limitaciones e inequidades de la formación virtual, de otro, causó una profunda crisis educativa que se tradujo en una pérdida extraordinaria de aprendizajes en los alumnos, tampoco se le puede atribuir en exclusiva este desastre global. Responsables del informe Pisa reconocen que esta tendencia venía de antes del covid, desde hace al menos una década. Así que la emergencia sanitaria de 2020 solo intensificó el deterioro de las competencias de los estudiantes.

Quienes evalúan los cruciales asuntos de la educación coinciden en que no existe un único factor que explique semejante descalabro. Tienen razón. ¿Es posible, entonces, determinar qué es lo que falla? O ¿estamos ante un fracaso del modelo de aprendizaje? Preguntas que los ministerios de Educación de medio mundo tendrían que formularse para tratar de encarar el desafío abierto tras el informe Pisa. Aunque el caso de cada país es particular, sí existen cuestiones generales que vale la pena contrastar para establecer indispensables márgenes de intervención.

Como señaló la ministra Aurora Vergara, tras llamar a la aprobación en el Congreso del proyecto de ley estatutaria que regule este derecho fundamental en Colombia, “necesitamos mejores oportunidades y un sistema educativo de calidad con pertinencia”. Nada se puede dejar al azar en un sector tan dinámico, susceptible siempre de mejoras. Invertir los recursos de manera más efectiva, aumentar la cobertura en zonas rezagadas, elevar la formación de los docentes, garantizar educación inicial gratuita, fijar condiciones para una verdadera jornada extendida, mejorar la infraestructura... Nos quedamos cortos.

En Colombia, lo que queda es trabajo, esfuerzo, compromiso de la comunidad educativa, en cabeza del Gobierno nacional y en clave de política de Estado, para construir un proyecto que articule formación ciudadana, valores, competencias socioemocionales, con obligatoriedad en la educación media, programas de tránsito inmediato que allanen el acceso de los jóvenes a la formación superior para que completen sus trayectorias. Este es el camino que trazan las autoridades educativas del país.

Suena alentador, hacerlo real no será sencillo, costará tiempo, además de recursos y, sobre todo, constancia. Pero, tras las señales del informe Pisa que advierte de los preocupantes retrocesos es indispensable un cambio de rumbo. No está de más revisar experiencias de países como Singapur, Japón y Corea, primeros en la clasificación, tan exigentes en sus procesos académicos. En educación el futuro es ahora. Los 7.804 estudiantes de 262 escuelas que participaron en la evaluación representan a casi 590 mil jóvenes de 15 años, a los que la sociedad no les puede fallar.