El reporte de lesionados por pólvora en Colombia durante diciembre es alarmante, por decir lo menos. En los primeros 16 días del mes, 387 personas han resultado afectadas por manipulación de artefactos pirotécnicos, lo que representa un incremento de casi 19 % frente a los casos registrados en el mismo periodo del año anterior. Entre las víctimas, dice el Instituto Nacional de Salud (INS), aparecen 255 adultos, 77 de ellos estaban bajo los efectos del alcohol, y 132 menores.

Cuando aún faltan las celebraciones más significativas de la actual temporada, Navidad y fin de año, en las que históricamente se presenta un elevado número de quemados, resulta lamentable, además de preocupante, que las autoridades confirmen ya el deceso de dos personas. Pese a los 1.153 lesionados documentados entre finales de 2022 e inicios de 2023, el segundo dato más alto de las últimas ocho mediciones, nadie perdió la vida en el país como consecuencia del uso de pólvora.

Toda muerte, quemadura, amputación, daño ocular o intoxicación, entre otras lesiones derivadas de la manipulación de la pólvora, principalmente de los llamados totes, el elemento de mayor riesgo, son prevenibles. De hecho, quienes se dedican al negocio de la pirotecnia o a ofrecer espectáculos de esta naturaleza se capacitan y manejan considerables estándares de seguridad para minimizar posibles contingencias. Así que no se trata de satanizar una industria que genera empleo, sino de entender que no existe artefacto pirotécnico inofensivo, cuando quienes los manipulan son personas sin experiencia y, todavía peor, en buena parte de los casos, borrachas.

Por eso, con insistencia los profesionales del sector salud alertan de la peligrosidad de artículos que a simple vista podrían parecer inocuos, como las luces de bengala, por mencionar alguno. ¿Qué pasaría si un niño pequeño, que desconoce lo que tiene en su mano, se lleva a la boca una de estas varitas recubiertas con fósforo blanco? Más vale prevenir que lamentar: los daños físicos y sicológicos causados por una lesión o una intoxicación con pólvora son graves y pueden, incluso durar para el resto de la vida. Bajo ninguna circunstancia, los menores de edad deberían usarla.

Este año, dos niños, uno de 9 años en Cundinamarca y otro, de 10, en el Atlántico, han sido los primeros intoxicados en Colombia por ingerir fósforo blanco. Ojalá al final sean los únicos. Nuestro departamento también se ubica como una de las entidades territoriales con aumento de casos. Hasta la fecha suma 25: 10 en Barranquilla, donde la pólvora está prohibida, pero pese a los controles, se usa, tanto que la ciudad ya sobrepasó el número de lesionados de la temporada anterior. Los otros 15 casos se encuentran en municipios, el 53 % de ellos en Soledad, mientras que Ponedera, Juan de Acosta, Polonuevo y Puerto Colombia reportan sus primeros afectados.

Faltaríamos a la verdad si negáramos la existencia de campañas de prevención o de sensibilización frente al uso responsable de la pólvora en el país. Se hacen, sí, pero a tenor de los balances de afectados es imprescindible reconocer que no están siendo efectivas. Basta revisar cómo han aumentado de manera sostenida los casos en los dos últimos años, situándose por encima de 1.150, tras reducciones importantes entre 2015 y 2020. Por ejemplo, en la temporada 2017-2018 hubo 781 lesionados. Las cifras, indicativas de lo que sucede, pero sobre todo, las afectaciones en las más de 7 mil víctimas de los últimos 8 años, exigen actuar en consecuencia, para determinar qué es lo que pasa, por qué el mensaje de la responsabilidad, autocuidado y control no cala entre los ciudadanos, tanto los que usan la pólvora, minimizando todos los riesgos, como los que la comercializan de manera física o virtual, a pesar de las regulaciones o prohibiciones. Si los organismos encargados no enfrentan la realidad ni reconocen que las medidas no funcionan seguirán adoptando esas mismas estrategias equivocadas que aparecen detrás del aumento de los afectados cada año, de manera que busquen cuanto antes cómo evitar el desastre.