La apertura teológica del papado de Francisco en el interior de la Iglesia y de cara a sus millones de fieles en el mundo escribe un nuevo y revolucionario capítulo con la publicación de ‘Fiducia Supplicans’. Se trata de una extensa declaración histórica, la primera que da a conocer la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio, durante los últimos 23 años, en la que el Vaticano acepta que los sacerdotes bendigan a parejas del mismo sexo y a aquellas en situación irregular, refiriéndose a los casados ante autoridades civiles y a las uniones de hecho.

Tratando de zanjar las polémicas que el anuncio ha desatado, como era de esperarse, en los sectores más conservadores que han puesto el grito en el cielo, el documento precisa, de manera enfática, que en ningún caso esta bendición se equipara al matrimonio, convalida oficialmente su estatus, “ni altera en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el matrimonio”.

Pese a su profundo cambio doctrinal que, de hecho, enmienda el sentido de un texto anterior de la congregación, del año 2021, de su entonces prefecto, el cardenal español Luis Ladaria, con quien el papa Francisco tuvo un fortísimo desencuentro por ese asunto, debido a que el primero estimaba que las parejas del mismo sexo no podían recibir la bendición, la nueva declaración mantiene firme la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. De modo que nada varía en cuanto a que se le sigue considerando como “la unión exclusiva, estable e indisoluble entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar hijos, en la que únicamente en ese contexto, las relaciones sexuales encuentran su sentido natural, adecuado y plenamente humano”.

No son las únicas salvedades de las que se ocupa en el documento el actual prefecto del dicasterio, el cardenal argentino Víctor Manuel Fernández, quien sí ha demostrado abrazar con absoluta fidelidad las posiciones del pontífice en términos de inclusión o consuelo, cuando se trata de bendecir al próximo, como Bergoglio reconoce al prójimo. Si bien es cierto que el anuncio es, en sí mismo, claramente aperturista, un paso en el sentido correcto para acabar con los lastres de estigma y exclusión que marchitan a la Iglesia, el Vaticano se apresura a aclarar, para conjurar “cualquier forma de confusión o escándalo”, que las bendiciones en cuestión no se podrán hacer en rituales civiles de unión, por ejemplo en un juzgado o en una notaría. Tampoco se impartirán cuando las parejas luzcan “vestimentas”, tengan gestos o expresiones propias de un matrimonio.

Otra parte sustancial de la declaración especifica que la bendición solo será una “oración breve y espontánea” en la que un sacerdote podrá pedir “paz, salud, espíritu de paciencia, diálogo o ayuda mutua", en espacios como la visita a un santuario, en una peregrinación o encuentro religioso. Dicho de otra manera, no se dará en cualquier lugar ni en todas las circunstancias. Son precisiones importantes, además de útiles, para entender la mecánica de la nueva posición de la Iglesia, pero no nos deben distraer de la trascendental reinterpretación que ha hecho el papa de la bendición, de su fuerza inclusiva, solidaria y pacificadora, con la que se busca desmontar las barreras de rechazo hacia colectivos excluidos de la fe que también merecen atención y aliento.

Dependiendo del cristal con que se mire, las apreciaciones oscilarán hacia uno u otro lado. Quienes defienden esta determinación del Vaticano, quizás impensable en otro momento, los tiempos cambian, ¡que no se olvide!, reconocen un avance respecto a derechos civiles, igualdad, modernidad en una institución que intenta ponerse a tono con la nueva realidad. Quienes se sitúan del otro lado, se rebelan contra lo que estiman completamente contrario a la moral católica. También están los insatisfechos que la califican como una medida tardía e insuficiente.

Cada paso hacia adelante que da la Iglesia le toma tiempo, sobre todo cuando involucra cuestiones de alcance social o sexual, porque no dejará a nadie indiferente, para bien o para mal. Su inédita postura sobre la bendición a las parejas del mismo sexo responde a un nuevo tiempo que reconoce cambios reales, sin olvidar su base sacramental y que, como reza la declaración, se origina en el misterio del amor que a través de Cristo, Dios comunica a su Iglesia para que se transforme en esperanza. También en polémica. Al fin y al cabo, de todo hay en la viña del Señor.