El recibimiento de héroe que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, le ofreció en Caracas a su señalado testaferro, el barranquillero Alex Saab, encierra distintas lecturas. La más evidente es que el sucesor de Hugo Chávez vuelve a respirar tranquilo tras recuperar a uno de sus colaboradores más estrechos, conocedor como pocos de los innombrables secretos de la cúpula de la Revolución Bolivariana, tanto que se habría convertido en informante de la DEA, y quien permaneció 1.286 días detenido, primero en Cabo Verde –África–, donde fue apresado en junio de 2020, y luego en Estados Unidos, país al que fue extraditado en octubre de 2021, para responder por varias acusaciones, entre la más grave, conspiración para blanquear unos USD350 millones.
Maduro celebra y tiene razones de sobra para hacerlo. El retorno del otrora poderoso e influyente contratista del régimen ha sido una jugada maestra que lo deja como el ganador de esta partida disputada con su archirrival, Estados Unidos. Después de meses de negociación bilateral, con la secretísima mediación de Catar, Saab se convirtió en la joya de la corona de un intercambio que permitió el regreso a casa de 10 norteamericanos y 20 presos políticos venezolanos. No está claro si, tras este canje, vendrán más liberaciones de ciudadanos del vecino país, teniendo en cuenta que en las cárceles chavistas aún quedan más de 300 rehenes políticos, pero la Casa Blanca defiende que el régimen está cumpliendo a cabalidad el acuerdo de Barbados.
Lo que también ha confirmado Washington es que no se producirán más detenciones de estadounidenses en Venezuela. Pero ni este compromiso ni el argumento de que el canje fue un significativo paso en el largo camino para celebrar elecciones justas, libres y con garantías democráticas en 2024, ha librado al presidente Joe Biden de la andanada de críticas por su decisión de liberar a Saab. Sus asesores admiten que esta ha sido “extremadamente difícil”, pero insisten en que fue “correcta” y hasta el propio Biden ha salido al paso, indicando que seguirá vigilante de que el acuerdo, que además contempla la flexibilización de sanciones, se cumpla.
Una de las más interesadas en que así sea, María Corina Machado, candidata presidencial inhabilitada por el Tribunal Supremo de Venezuela, se desmarca del mismo, al menos en cuanto a la liberación de Saab. También lo hacen otros partidos de la oposición, los liderados por Leopoldo López y Henrique Capriles, que arremeten contra la puesta en libertad de quien consideran un delincuente que ha explotado el hambre del pueblo venezolano, al que responsabilizan de la emergencia humanitaria y del saqueo de las arcas de su nación, por lo que insisten en que sea juzgado por los delitos cometidos. Algo que parece improbable, al menos en Estados Unidos, donde fue liberado de todos los cargos por los “poderes de clemencia” de Biden.
En Colombia, Alex Saab tiene dos procesos abiertos, de hecho el juicio en su contra se reactivará en febrero de 2024 en un juzgado de Barranquilla por delitos similares a los que le imputaba la Justicia norteamericana, en la que el canje avalado por el perdón presidencial cayó como un baldado de agua fría. En este caso el pragmatismo, eso que llaman la realpolitik, se impuso a la justicia. No es algo de extrañar. Corresponderá a nuestros tribunales determinar su responsabilidad en la extensa lista de delitos que se le imputan, casi todos asociados a presuntos entramados de corrupción de los que habría obtenido su incalculable fortuna, la que le habría permitido adquirir sus lujosas propiedades en Barranquilla, sometidas a extinción de dominio.
La perseverante batalla que dio Caracas por el regreso de su aliado, designado como “diplomático”, víctima de “secuestro”, como lo calificó Maduro, no ha sido gratuita. Tenerlo cerca, a su alcance, y, sobre todo, callado, es garantía de continuidad del régimen que no tiene interés de ceder el poder. La clave del futuro de Venezuela estará en los pasos que dé el chavismo hacia la ruta electoral. Aunque todo es posible, convendría no esperar mucho de quienes fueron capaces de enriquecerse tejiendo redes corruptas de sobreprecios en alimentos para lucrarse de las penurias de los más pobres. Se hace imprescindible que el presidente Biden no afloje el pulso con el irreductible Gobierno de Venezuela, so pena de que al demócrata le cueste la reelección, mientras el hábil Maduro y su corte, con Saab incluido, continúe haciendo de las suyas como siempre.