Falta una semana para que Elsa Noguera y Jaime Pumarejo terminen sus periodos como gobernadora del Atlántico y alcalde de Barranquilla, respectivamente. Lo harán como iniciaron sus administraciones, siendo los mandatarios territoriales con mayor aprobación de Colombia. Esta medición, realizada con regularidad durante los últimos cuatro años, ha sido un buen reflejo de los resultados de su gestión, valorada por los mismos habitantes del departamento que reconocieron el pragmatismo, la capacidad de adaptarse a circunstancias adversas y, sobre todo, la perseverancia de estos gobernantes que actuaron como verdaderos aliados y se esforzaron, todos fuimos testigo de ello, para no desviar el rumbo ni perder el empuje de las indispensables transformaciones sociales, económicas y ambientales, con las que se habían comprometido.
Si ha habido un tiempo desafiante en la historia reciente de la humanidad ha sido el del peor momento de la pandemia. La ausencia de tantos seres amados nos lo recuerda a diario. Apenas arrancando sus mandatos, en marzo de 2020, la emergencia sanitaria borró casi por completo la hoja de ruta que habían esbozado Noguera y Pumarejo para sus gobiernos. De modo que sin manual para el manejo del covid ni conocimiento de lo que se avecinaba, debieron barajar de nuevo, reconfigurar sus equipos para encarar la crítica situación, redefinir sus acciones y, en lo posible, aparcar sus propuestas de campaña. Ambos encontraron sus milagros, cierto, pero también se chocaron de frente con carencias, resistencias e incluso miedos, todos comprensibles, producto del desconcierto de algunos, la negación de otros y la charlatanería de quienes nos estigmatizaron, como si el virus no fuera a demostrar con el paso del tiempo su impredecibilidad.
En la medida en que el covid resultaba más implacable en Barranquilla, Soledad, Malambo, o en el resto del departamento, los cuestionamientos y descalificaciones hacia Noguera y Pumarejo les demostraron que debían elevar el nivel de su respuesta técnica, pero sobre todo, trabajar articulados, de cara a lo local y al nivel central. Enhorabuena lo hicieron. Tampoco fue tan difícil, se conocían bien, habían trabajado juntos desde la primera administración de Alex Char. Fue así como desafiaron límites, encontraron en los problemas oportunidades, rodearon a sus equipos desmoralizados por las burlas y se dedicaron a superar los sucesivos embates de la crisis sanitaria.
Cuando la pandemia al fin dio un respiro, la reactivación socioeconómica pasó a ser el eje central de la nueva realidad que exigió a Noguera y a Pumarejo volver a replantear prioridades. Atlántico a Toda Marcha, con el turismo, el agua potable y saneamiento básico o la agroindustria, como banderas, y en el Distrito la recuperación de la seguridad alimentaria y el empleo, en especial entre los más vulnerables, la mejora de la oferta educativa para los jóvenes, y los proyectos de desarrollo sostenible, como el Ecoparque Mallorquín, los de infraestructura como los nuevos mercados, y los educativos, en el caso de la política pública de bilingüismo en colegios públicos, cobraron vida. Era como escribir una historia distinta, pero con la misma caligrafía que, tras duras pruebas, había alcanzado ya una notable destreza que le facilitaba hacerlo con suficiente fluidez.
Coinciden Noguera y Pumarejo en la forma de hacer las cosas. Se han sabido rodear de equipos con idoneidad demostrada, talento innovador, indiscutible capacidad de trabajo y competencias para generar eficientes alianzas entre lo público y lo privado. Aunque su mayor virtud es la escucha activa, asertiva, de las necesidades de la gente, de esa ciudadanía contestaria, libertaria, que no come cuento y que si hace falta manda al carajo a quien intente encorsetarla e imponerle algo con lo que no está de acuerdo. A fin de cuentas, ambos son hechura de un modelo de gobierno que ha transformado a Barranquilla y ha empezado a hacerlo con los municipios a través de una estrategia sostenida en los últimos 16 años. Los resultados saltan a la vista, pese a mezquindades políticas que nunca faltan y que se sustentan en polarización, populismo o visiones mesiánicas con tal de arañar réditos políticos. Claro que siempre habrá oportunidad de mejora, a ello debemos aspirar, pero la impronta de las administraciones locales desde 2008 es evidente.
Gratitud a Noguera y a Pumarejo por su aleccionador trabajo, por las luchas que dieron, que también son las nuestras: acabar con la inseguridad, disminuir el valor de las tarifas de energía o progresar en calidad de vida. No todas las ganaron, pero lo intentaron. Si bien es cierto que para eso fueron elegidos, no está de más reconocer su estimable aporte a la transformación social en la que está inmerso el Atlántico y Barranquilla, para que seamos más prósperos, inclusivos, resilientes, con menos pobreza, desigualdades e inequidad. Este es un camino sin retorno, en el que ahora hemos aprendido a que juntos somos más y que eso nos hará realmente imparables.