Este 2024, año bisiesto en el calendario, se anticipa también como un periodo excepcionalmente activo en materia electoral. Unas 4.200 millones de personas, el 51 % de la población total del planeta, se encuentran convocadas a las urnas en 75 países para escoger a sus jefes de Estado y de Gobierno, miembros del poder legislativo, autoridades regionales o representantes locales. Todo un desafío sin precedentes que pondrá a prueba la estabilidad de las democracias globales, cada vez más erosionadas por las tensiones geopolíticas, el avance de regímenes autoritarios, expresiones de populismo o el auge de la extrema derecha con capacidad de lastrar libertades. Por no hablar del riesgo de interferencias extranjeras y del abuso de la inteligencia artificial o de las redes sociales que, como se ha demostrado en otros procesos comiciales, se instrumentalizan para propagar noticias falsas, distorsionar la verdad y lesionar la credibilidad del debate público.
Lo que se decida en los Estados Unidos, que apenas acaba de comenzar su larga carrera electoral; en India, el país más poblado del mundo; o en la Unión Europea, considerado el bloque comunitario de mayor peso global, será determinante para el futuro del resto de las naciones. Cada uno de los estados, en los que se celebrarán elecciones este año, bien sea en América, Asia, Europa o África, afronta una realidad política, económica o social singular, eso es inapelable, pero muchas de sus preocupaciones son compartidas.
A la perturbadora desinformación colectiva se suma la creciente desconfianza hacia la clase dirigente, causa y consecuencia de la anterior, pero también como resultado de su falta de liderazgo, incumplimiento de sus promesas, desconexión con las necesidades de los ciudadanos, irrespeto por las instituciones o actitudes revanchistas que inflaman polarización, mientras anula toda discusión razonable. Sectarismo y resentimiento.
Esta crisis de la democracia contemporánea tiene un efecto disuasorio en el elector ponderado o bien informado que, al final, se abstiene, renuncia a ejercer su derecho a votar libremente. Una grieta, cada día más ancha, por la que se cuelan los fanatismos intransigentes en clave ideológica de extrema izquierda o derecha. Esta última, por cierto, luego del triunfo de Javier Milei en Argentina y de partidos afines al del libertario en Países Bajos, Suecia y Finlandia, en 2023, apunta a convertirse en una fuerza en expansión que ganará nuevos espacios durante este año electoral.
El incendiario discurso de la extrema derecha, como sucedió en Argentina, ha encontrado terreno abonado en la ansiedad, desesperación e incertidumbre por su futuro de millones de personas que, independientemente de su ubicación, reclaman salidas inmediatas, casi que fórmulas mágicas, para resolver las situaciones adversas que alteraron por completo sus vidas, sobre todo después de la pandemia. Pobreza, exclusión e inestabilidad social, crispación política e inseguridad, realidades que aprisionan a los que ahora se aferran a la tabla salvadora ofrecida por movimientos radicales. Algunos de ellos, herederos o alumnos aventajados del trumpismo.
De hecho, si a alguien favorece esta tendencia autoritaria que parece imparable es a Donald Trump. Pese a sus muchos escándalos judiciales, el expresidente republicano se dirige con paso firme a la Casa Blanca. De convertirse en su nuevo inquilino, cambiará la correlación de fuerzas en las insufribles guerras de Gaza y Ucrania. A saber si aún estarán activas en ese momento. Ojalá no. Ucrania, a propósito, debería acudir a las urnas, algo poco probable bajo sus circunstancias. También lo está Rusia, donde se sabe de sobra que el autócrata de Putin será reelegido en una nueva farsa electoral. Aún está por verse que Venezuela, otro país con elecciones generales en ciernes, aunque aún sin fecha cantada, las celebre con reales garantías democráticas. En el vecindario, El Salvador, República Dominicana, México, que tendrá su primera mujer presidenta, o Uruguay, elegirán gobernante.
En definitiva, pese al innegable impulso de la ultraderecha, no en todos los casos se esperan cambios profundos o decisiones drásticas. Confiemos, eso sí, en que se respeten las decisiones ciudadanas, se garantice libertad, transparencia, y que el mundo, al cierre de 2024, no sea un lugar más autocrático e inseguro, con serias amenazas a la paz global.