Colombia está en llamas. Las elevadas temperaturas, la escasez de lluvias, la aridez de los suelos por la prolongada sequía y los fuertes vientos, señales inequívocas de la intensidad del fenómeno de El Niño, sumados a la irresponsabilidad de unos cuantos y a la intencionalidad criminal de otros, han desencadenado una pavorosa oleada de incendios forestales en buena parte del país.

El mapa de la devastación se extiende sin control en la medida en que se producen nuevas conflagraciones. Por el momento, lo más álgido se concentra en el páramo de Berlín, Santander, una de las principales reservas de agua potable de la nación, donde un valle de centenarios frailejones ha quedado reducido a humo y cenizas; en el corazón de los cerros orientales de Bogotá, donde arden varios focos, y en zonas de montaña de Cundinamarca, Boyacá y Antioquia.

Son centenares de hectáreas las que el fuego ha devorado en cuestión de días con consecuencias, en ciertos casos, irreversibles para la fauna y los ecosistemas arrasados. También para la salud humana por efecto de la contaminación del aire. Es el ruinoso impacto de una crisis advertida desde hace meses que deja al descubierto debilidades del Sistema Nacional para la Atención y Prevención de Desastres, coordinado por la Ungrd, una de las entidades más cuestionadas del actual gobierno por su reducida efectividad para dar respuesta a crisis y emergencias. De hecho, en este momento, su director, Olmedo López, cumple una suspensión de la Contraloría General.

En la actualidad, los incendios forestales no son un escenario probable, sino una amenaza real que ha puesto en jaque a más de la mitad del país. 583 municipios se encuentran en riesgo alto por conflagraciones, 8 de ellos en el Atlántico. Y, en total, cerca de 900 territorios, prácticamente toda la nación, afrontan algún riesgo de afectación, como el desabastecimiento de sus fuentes hídricas, otra de las consecuencias de ‘El Niño’.

La sequía, por ausencia de lluvias, ha originado una progresiva disminución en el caudal de los ríos Cauca y Magdalena, que es bastante evidente en el sur del departamento, donde aumenta la preocupación, sobre todo entre los campesinos, ante la eventualidad de restricciones o racionamientos de agua. Conviene estar bien preparados. Es un hecho que las anomalías climáticas derivadas del fenómeno se intensificarán en las próximas semanas. La decisión del presidente Gustavo Petro de declarar el estado de “desastre natural” para movilizar recursos a los territorios afectados es indispensable. Incluso, no descarta solicitar ayuda internacional si la capacidad instalada, como parecería ser el caso, no es suficiente.

Hasta ahora, el descomunal e impagable esfuerzo de bomberos, miembros de la Defensa Civil, de otros organismos de socorro, de una legión de policías y soldados, además de un incalculable número de voluntarios, ha evitado que la situación resulte aún más devastadora.

En el caso de los cuerpos de bomberos oficiales, voluntarios y aeronáuticos, más de 20 mil personas en total, se hace apremiante reforzar sus capacidades, dotarlos con recursos, herramientas y equipos adecuados, para enfrentar una emergencia que, según ha anticipado el Ideam, podría prolongarse a lo largo del primer trimestre.

No es una novedad, como reconocen algunos integrantes de estos organismos, que no cuentan con contratos ni convenios vigentes. Trabajan con las uñas, arriesgando sus propias vidas en condiciones realmente hostiles. Dejarlos solos o desprotegidos sería un despropósito mayúsculo que el Gobierno no debe tolerar bajo ninguna circunstancia, mucho menos en una coyuntura tan compleja e incierta como la que atraviesa el país. Hoy, su labor operativa, además de preventiva, en las regiones es fundamental.

El arribo de los nuevos gobiernos territoriales ha añadido más presión a un momento especialmente desafiante, en el que se requiere dejar de lado toda tensión política para enfocarse en un trabajo interinstitucional, coordinado, que articule las capacidades de los distintos niveles del Estado.

Si bien es cierto que el contexto del cambio climático favorece la ocurrencia de situaciones tan extremas como las que vemos, este no es el tiempo para hacer disertaciones ni análisis sobre esta inobjetable realidad, sino para actuar, anticipándose a lo peor, garantizando las salidas que los afectados reclaman y facilitando los medios que los bomberos o la misma Fuerza Aérea dicen que nos les han entregado.

El reto es uno: evitar pérdidas humanas y más tragedias ambientales. Así que conciencia ciudadana. Superar esta crisis depende de todos