¡Barranquilla está de fiesta! Como todos los años la ciudad se ha volcado a las calles para gozar el despeluque de su amado Carnaval, celebración centenaria que retrata de manera excepcional la esencia pura de la identidad caribe. Sí, ese ADN que nos hace únicos, distintos, tan contestatarios como libres, sustentado en el sentido de pertenencia hacia lo que nos une: la alegría, la música, las expresiones folclóricas, las tradiciones culturales, los saberes ancestrales, el legado patrimonial y el resto de bienes tangibles, intangibles o naturales que hemos atesorado con los años, gracias a la condición de enclave fluvial, por el río Magdalena, y marítimo, por el mar Caribe.

Bienvenidos visitantes de Colombia y del mundo a la Puerta de Oro, la capital mundial de la bacanería bordillera. Si aún no lo tiene claro, no desespere: en pocas horas o, a más tardar, durante los próximos días antes de que muera Joselito, con seguridad una marimonda de buen corazón o un monocuco con espíritu hospitalario, de esos que abundan por las esquinas de la Arenosa se lo hará entender por obra y gracia del relajo parrandero que nos inunda por doquier.

¡En Carnaval, poderoso imaginario de cohesión e inclusión social, nadie es forastero ni extraño! Como un solo ser, desde este sábado y hasta el próximo martes, antes de que nos pongan la ceniza, los curramberos nos abrazamos con los que vienen de lejos en un jolgorio sin fin de convivencia pacífica, tolerancia e irreverencia, que contrasta con la agitación política que por estos días sacude a otros territorios de nuestra nación. Es el espacio sin tiempo del goce colectivo.

Somos un pueblo que se deleita en la riqueza folclórica, diversidad cultural y sabor popular de su fiesta más representativa. Que disfruta con orgullo de sus 13 danzas patrimoniales, herederas de la tradición: las grandes, especiales y de relación, también de las comparsas de fantasía, como de sus grupos musicales, comedias y letanías, de los disfraces colectivos e individuales y de tantas manifestaciones que han enriquecido el Carnaval.

Somos un pueblo que se emociona con las notas envolventes de la flauta de millo o pito atravesao, con el contagioso retumbar de los tambores o repiquetear de las maracas, el guache y las claves. Somos un pueblo que reconoce y agradece la labor heroica e incansable de los miles de hacedores, artistas y portadores de la fiesta: ustedes sí nos representan, son expresión de dignidad, resistencia cultural y tejido social.

La ruta del Carnaval jamás defrauda. Pese a sus dinámicas cambiantes que requieren ajustes, innovaciones o rediseños significativos, como sucedió, afortunadamente, con La Guacherna, la fiesta en sí misma tiene un excepcional alma resiliente. En 2024, cuando se celebra el vigésimo aniversario de la declaratoria de la Unesco como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, la reina Melissa Cure, con el encanto de lo sencillo y espontáneo, le apostó por darle un renovado impulso a la tradición. ¡Cuánta falta hacía y cuánto se le agradece este merecido reconocimiento!

De su mano, nuestras 13 obras maestras, el paloteo, garabato, cumbia, indios, aves, farotas, diablos arlequines, mapalé, micos y micas, son de negro, coyongos, caimán y gallinazos, han sido grandes protagonistas de las carnestolendas. Nunca nos cansemos de celebrar su existencia. En la Batalla de Flores, con horario de inicio más tempranero, desde las 11 de la mañana, las carrozas les rendirán homenaje. En la calle 17, el rey Momo, Juventino Ojito, desfilará con sus antecesores y 300 agrupaciones que enaltecerán el patrimonio. Mientras que en la carrera 44, la Batalla de Flores del Recuerdo ‘Sonia Osorio’, presidida por los reyes Natalya Ruiz Blel y Jairo Martínez, conmemora 25 años. Y es solo el abrebocas de 4 días de intensos festejos que paralizan la ciudad.

Aunque eso no es tan cierto. Atender a los 800 mil turistas esperados demanda un trabajo descomunal, en especial de los sectores de transporte, alojamiento, gastronomía, ocio nocturno, salones de belleza, confección, comercio y de servicios en general, que no paran en estos cuatro días que inyectarían a la economía local unos $600 mil millones. Así que esta celebración sin igual es mucho más que parranda y carnaval. Preservarla no solo es una justa reivindicación identitaria, también es un buen negocio.

¿Cómo hacerlo crecer? Ah, esa una de las claves de futuro de la fiesta, la otra debe asegurar su apropiación social con enfoque intergeneracional para que seamos capaces de insertarla en cada nuevo tiempo sin que pierda su gran significado cultural. No dejemos de pensar en ello, que sea un reto colectivo, mientras gocémosla a más no poder.