Mientras más Carnaval atesoro, más Carnaval quiero. No en vano el corazón de los barranquilleros late a un ritmo distinto durante los cuatro días de su fiesta grande. Buena parte del sentir de la ciudad, sobre todo de sus barrios más populares y de municipios y corregimientos del Atlántico, gravita alrededor de esta celebración de una riqueza folclórica y cultural que no conoce condición alguna que limite su goce. Preservarla, hacerla trascender, es un compromiso casi inherente a nuestra existencia. Negarse equivale a traicionar todo lo que nos hace tan felices.

En consecuencia, regocijarse cuando las cosas salen bien o lamentar los hechos desafortunados que pudieron preverse es un indispensable ejercicio de autocrítica del que no podemos ni debemos sustraernos. La Batalla de Flores del reinado de Melissa Cure Villa ha dejado el listón demasiado alto. Imposible volver atrás. Quedan notificados todos aquellos que lo hicieron posible.

El desfile más emblemático del Carnaval, el más visto, comentado y disfrutado, de eso no cabe duda, alcanzó, como desde hace mucho tiempo no sucedía, un puntaje notable en la calificación del juez más implacable: la marea humana que colma la Vía 40 para gozarse a pleno sol el paso de carrozas, danzas, grupos folclóricos, comparsas y disfraces, con la mejor música.

¡Fueron cinco horas de puro tumbao! De principio a fin, los aplausos certificaron la complacencia de los miles de asistentes, los locales y los visitantes de latitudes distintas y distantes, con la puntualidad del evento y su organización. Parecía que ningún detalle se había dejado al azar. Esta vez, a diferencia de los últimos años, no se vieron los insufribles baches ni las caras de frustración de hacedores y artistas que no desfilaban o que debían hacerlo a oscuras, en silencio y sin público.

La máxima de querer es poder quedó demostrada en la Batalla de Flores, tras la puesta en marcha de medidas o cambios incorporados por Carnaval S.A.S. que, evidentemente, le imprimieron una dinámica distinta al desfile. Decisiones como la convocatoria escalonada de grupos para minimizar el impacto de la espera y el clima, la búsqueda de equilibrio entre tradición y fantasía, el uso responsable de marcas comerciales y la selección de participantes fueron acertadas. Todo esto no habría sido posible sin el concurso de hacedores, artistas y portadores, de su esfuerzo y compromiso para ajustarse a reglas de juego más exigentes, cierto, pero sin duda más efectivas.

El Carnaval de Barranquilla es de todos, y, antes que nada, es uno solo. No puede terminar siendo una hoguera de vanidades ni de egos que amenaza con reducir a cenizas a sus protagonistas, y no se trata propiamente de Joselito, mientras estos buscan reconocimientos. Nadie, excepto el mismo pueblo los otorga a aquellos que verdaderamente los merecen. En eso conviene que no se equivoquen. Para que la fiesta prospere, finalidad central de todo proceso de mejora, se necesita, por un lado, la madurez de reconocer situaciones que se escapan de control o manejo porque superan las capacidades y, por otro, la voluntad de concertar la búsqueda de soluciones.

El lamentable episodio de la carroza ‘Contra viento y marea’, procedente de Pasto, que debió ser, literalmente, descabezada para desfilar en la Batalla de Flores ‘Sonia Osorio’, por la carrera 44, revela deficiencias de planificación que desconciertan. El asunto pudo ser zanjado de manera distinta porque, desde el principio, era evidente que debido a sus soberbias dimensiones no podía hacer el recorrido. Semejante situación no solo privó a los asistentes de disfrutar de una obra de arte del Carnaval de Negros y Blancos, también desató un ponzoñoso debate nacional en el que se ridiculizó a la totalidad del Carnaval de Barranquilla. El patrimonio cultural de cada una de estas fiestas, a las que algunos impresentables intentan hacer rivalizar, no está en discusión.

Que sea una lección aprendida, como también debería ser no aceptar que el Carnaval se politice.

Dicen que la voz del pueblo es la voz de Dios y esta retumba con más fuerza cuando se trata de figuras cercanas al poder que deberían saber a lo que se exponen cuando deciden participar en los desfiles. Lo sucedido con la esposa del presidente Petro, Verónica Alcocer, que se retiró del recorrido de la 44, dicen los asistentes en medio de abucheos, es muestra de ello. Nada que ver con el relato de “burbujas comunicacionales” que difunden desde la Casa de Nariño, solo se trata de la irreverencia insolente propia del carnavalero. En contraste, la reina Melissa, tan fresca, espontánea y natural, que no escatima en esfuerzos para bajarse del Olimpo de su carroza, despojarse de la majestad de su atuendo para abrazarse con la gente que la ovaciona sin cesar. Seguimos, aún quedan dos días de Carnaval.