Ni la fama ni el dinero, tampoco el poder, son fuente de impunidad para los depredadores sexuales. Ese es el potente mensaje que ha dejado la sentencia a 4 años y 8 meses de prisión contra el futbolista brasileño Dani Alves impuesta por la Audiencia de Barcelona, España, que lo encontró responsable de agredir sexualmente a una joven de 23 años en el baño de una discoteca de esa ciudad, en diciembre de 2022. Más claro, imposible: ¡Nadie está por encima de la ley!
Al margen de las consideraciones propias de la legislación penal española que estrenó con este relevante caso la llamada ley del ‘solo sí es sí’, también conocida como ‘ley del consentimiento’, el contenido de la sentencia envía al mundo aleccionadoras señales sobre los abusos de poder machista de un agresor frente a su víctima. Precisa que el acto sexual fue “sin consentimiento, con fuerza y acceso carnal”. O lo que es lo mismo, el tribunal considera probado que hubo violencia y señala: “El acusado cogió bruscamente a la denunciante, la tiró al suelo y evitando que pudiera moverse la penetró vaginalmente, pese a que ella decía que no, que se quería ir”.
Aunque Alves con insistencia intentó desacreditar a la víctima durante el juicio, indicando que ella “no le dijo que parara” y que “ambos disfrutaron”, los jueces no le dieron crédito a su versión. Tampoco consideraron un atenuante la embriaguez que argumentó. Por el contrario, pusieron en alto valor el testimonio coherente y persistente de la joven que con determinación ejemplar se atrevió a denunciar la agresión que sufrió, pese a su miedo, a la dimensión de la figura que enfrentaba y a la tormenta mediática que provocaría. No se equivocó. El episodio desató un implacable juicio social en su contra, que en varias ocasiones estuvo a punto de destrozarla, por esa mezquina tendencia de siempre cuestionar a las víctimas mujeres antes que a los victimarios.
Ahí radica la relevancia de la sentencia contra Alves. Sus frases como: “El consentimiento debe validarse a lo largo del encuentro sexual”, “no se requieren heridas para acreditar una agresión sexual” o “la víctima no debe defenderse heroicamente”, convocan a una reflexión colectiva, allende las fronteras de España, sobre las violencias machistas que intentan silenciar o anular la voz de las mujeres ante sus victimarios. Todo acto contra la libertad sexual es una agresión, no nos cansemos de repetirlo ni de acompañar a las víctimas, de acreditar la credibilidad de sus denuncias, como ha hecho este tribunal de Barcelona que allanó el camino contra la impunidad.
No cabe duda que la sentencia valorada de manera positiva por sectores políticos, sociales y por representantes de la lucha feminista dentro y fuera de España representa una victoria para la joven víctima. También es cierto que pudo ser más elevada, teniendo en cuenta que la fiscalía pedía nueve años, mientras que la defensa de la agredida reclamaba doce. La clave está en los 150 mil euros que los abogados de Alves depositaron en el juzgado, monto solicitado por el mismo tribunal antes del inicio del juicio para indemnizar a la víctima, si este resultaba culpable.
Sí, el dinero le restó años de prisión al condenado, le confirmó que Neymar – de quien se dice fue quien lo aportó- es su gran amigo, pero jamás compensará ni reparará el incalculable daño que una agresión sexual causa en la vida de un ser humano, aunque así lo establezca la ley. Lo único que confirma es que tanto aquí como allá, la justicia opera de una forma distinta cuando quien está sentando en el banquillo de los acusados es una persona con una chequera abultada.
En todo caso, Alves fue condenado, deberá seguir en la cárcel, no por mucho tiempo, cierto, pero no se libró de su responsabilidad por el delito sexual que cometió en una noche de fiesta, repleta de excesos en la que escudado en su fama, riqueza y poder se imaginó invulnerable. No lo era. Ni él ni muchos otros que embriagados, pero de una soberbia machista, desconocen el significado de la palabra: ¡NO! Que la paradigmática condena del futbolista marque un punto de inflexión para las víctimas que deben saber que no están solas, para la sociedad patriarcal que aún tolera las violencias machistas y para tantos agresores impunes, a quienes también les llegará su hora.