¿Quién se acuerda de Ucrania, país de Europa oriental que ha entrado en el tercer año de una absurda guerra, como todas las que conocemos, desencadenada por la invasión de Rusia? Estancado, como permanece este conflicto desde hace meses, en Occidente apenas se habla de la insoportable estela de muerte, sufrimiento y destrucción que ha dejado. Atrocidades sin límites que parecen no tener fecha de caducidad y frente a las cuales el mundo se muestra indiferente.
Los balances del horror, considerados casi secretos de Estado, estiman que 190 mil militares han resultado muertos y heridos del lado ucraniano, otros 300 mil en las filas rusas corrieron la misma suerte, en 30 mil se calculan las víctimas civiles, entre ellas cerca de 2 mil niños, y más de 10 millones de ciudadanos debieron huir para buscar refugio seguro lejos de sus hogares: 6,4 millones de ellos lo hallaron fuera de su territorio. Nadie se atreve a hacer una previsión de los daños materiales de la devastación que, en todo caso, deben sumar miles de millones de dólares.
¿Hacia dónde va esta guerra tan empantanada como desequilibrada? Desafortunadamente, como la historia de la humanidad lo ha demostrado tantas otras veces, a ninguna parte. A diferencia de lo que hasta hace algún tiempo analistas e investigadores internacionales creían poco probable, el ejército ruso retomó la iniciativa en el frente bélico con estratégicas acciones que le han permitido ocupar cerca del 20 % del territorio ucraniano.
Con todo, esto no lo acerca a una victoria final, pero sí fortalece políticamente al régimen autocrático de Vladimir Putin, quien se apresta a ser reelegido en una nueva farsa electoral a celebrarse a mediados de marzo.
Más allá de las difíciles circunstancias que deben sortear a diario los ciudadanos rusos, consecuencia de ser un país en guerra sometido a sanciones económicas de la Unión Europea y Estados Unidos como una forma de presión a Moscú, el respaldo incondicional de los aliados de Putin –Corea del Norte, China e Irán, entre otros- lo mantiene inmune. No solo le aseguran los suministros necesarios para redoblar su ofensiva contra Kiev, también le revisten de impunidad para elevar todo lo que quiera su desafío contra Occidente. La sospechosa e inesperada muerte de su más odiado opositor, el encarcelado Alexéi Navalny, es muestra de ello. No en vano, líderes globales responsabilizaron directamente a su Gobierno del hecho, pero el mandatario, ¡ni caso!
Del otro lado están las tropas ucranianas, elogiadas por su resistencia y, ciertamente, les sobra valentía, pero sin armas ni equipos para enfrentar a un enemigo tan poderoso, como se encuentran hoy, tienen todas las de perder. 730 días después del inicio de la guerra, el presidente Zelensky, reiteró su promesa de victoria, de alcanzar lo que llamó una “paz justa”, pero también con firmeza les reclamó otra vez a sus aliados el respaldo económico y militar que le prometieron.
El tiempo se agota, los esfuerzos se dispersan y, sobre todo, la motivación de los ucranianos para defender a su país se debilita, a medida que la brutalidad del prolongado conflicto va ocasionando dolores irreparables. La guerra de Ucrania pierde trascendencia fuera del epicentro de la catástrofe.
En Estados Unidos, donde toda la atención se concentra en su impredecible año electoral, persiste el bloqueo de los republicanos a los fondos destinados a Kiev. Mientras que en los países de la Unión Europea se mantienen invariables las fracturas e indecisiones para reforzar su alianza de cara a un conflicto que, aunque les respira en la nuca, muchos valoran lejano o distante, desestimando el riesgo que supone Putin, quien ha demostrado no escatimar esfuerzos ni amenazas en su meta de declararse victorioso, cueste lo que le cueste. De negociar, ni se habla.
Sin sentido de urgencia, tampoco la comunidad internacional la tiene ante la barbarie de la que es testigo desde hace casi 5 meses en Gaza, el futuro de Ucrania se percibe más que incierto. Con una capacidad de reacción condicionada, de un lado, por el déficit de recursos, y, de otro, por las elecciones en Estados Unidos, donde un eventual triunfo de Trump lo alteraría todo, la contienda luce empantanada, al menos para Kiev, que necesita el decidido respaldo de los países e instituciones europeos que tienen la responsabilidad histórica de acompañar a Ucrania en su legítima defensa.