El 2024 es para la Gabología, el universo exquisito de Gabriel García Márquez, un soberbio año de números redondos. Valdría también decir, de aniversarios proverbiales, de gestas e improntas que atesoran la fecunda historia literaria del hijo del telegrafista que en vida ganó la inmortalidad.
Este seis de marzo, cuando el nobel hubiera cumplido 97 abriles, ve la luz su esperada e inédita novela póstuma, ‘En agosto nos vemos’, el primero de los relevantes sucesos de un tiempo gozoso que nos reencontrará con su poderosa e inigualable fuerza narrativa. Esa que ha retratado magistralmente la identidad de nuestro Caribe, de su Aracataca natal, de su Macondo imaginado, y que ahora cobra vida en clave femenina a través de la historia pasional de Ana Magdalena Bach.
A Gabo, tan universal como era, el tiempo –bien excesivamente escaso que debía distribuir entre sus vidas pública, privada y secreta– lo privó de redondear este proyecto en el que se había embarcado a finales de la década de los 90. Él mismo lo había anticipado en 1999, pero entre medias la publicación de sus relatos autobiográficos, ‘Vivir para contarla’ (2002), y de la ficción, ‘Memoria de mis putas tristes’ (2004), le señalaron otros derroteros. Años más tarde, en 2008, dos de sus amigos y colegas más cercanos, los entrañables periodistas Darío Arizmendi y José Salgar, anunciaban que estaba a punto de completar su nuevo libro, del que este último revelaba el nombre, ‘En agosto nos vemos’. Confiaban en que llegaría a las librerías en un año. No fue así.
Ahora con la publicación de la obra, decisión asumida directamente por los hijos del autor, Gonzalo y Rodrigo García Barcha, se ha zanjado un debate de una década sobre si los manuscritos, elaborados entre 1999 y 2004, porque fueron cinco las versiones que acumuló, estaban en condiciones de ser divulgados. El mismo Gabo les dijo, entre 2010 y 2011, que el libro no servía e, incluso, insinuó que debía ser destruido. Afortunadamente, nadie le tomó la palabra.
¿Acaso habría sido viable? ¿Quién hubiera tenido las agallas de desechar la novela, por más inacabada que estuviera, del autor hispanohablante más leído y traducido del siglo XXI, el único capaz de desplazar de ese sitial de honor a Cervantes Saavedra? Imposible una peor imprecación.
De manera que si restaurar su obra sin apenas tocarla hasta armar el rompecabezas de una historia de amor sobrecogedora, dadivosa en placeres carnales, para compartirla con un mundo ansioso por calmar la sequía literaria de Gabo equivale a traicionar los deseos de un padre enfermo, pues que los descendientes del escritor sean juzgados y, si hace falta, condenados por no ceder a sus pretensiones. Pero, pierdan cuidado, la humanidad literaria los absolverá por el resto de la eternidad y, en cualquier caso, su padre y, de paso, la también inolvidable Mercedes, los ha perdonado ya. ¿Y cómo no? Si el mundo está de fiesta con este acontecimiento irrepetible.
Quizás consciente de las limitaciones de su progresivo deterioro cognitivo, producto de la demencia senil que desvanecía los confines de su realidad, el exigente escritor –a quien lo precedía su obsesión por corregir y reescribir con absoluta rigurosidad sus textos todas las veces que considerara indispensables– resignó su publicación por no encontrar un final que lo convenciera. Ciertamente, a esas alturas, le costaba revisar su relato con la misma energía y disciplina a las que estaba acostumbrado. Tras su muerte el 17 de abril de 2014, hace casi una década, otro de los hitos del Año de Gabo, como ha catalogado EL HERALDO a este 2024, la novela se depositó, al igual que el resto de sus archivos, en la Universidad de Texas, que los había adquirido.
Quienes tuvieron el privilegio de leerla, personas cercanas de una u otra forma al escritor, terminaron encantados. Ahora sabemos por qué. La narrativa de sus seis sugestivos capítulos, una historia contemporánea de sucesión ordenada y final definido, ofrenda en sus adjetivos precisos, metáforas impensables o deslumbrantes usos del lenguaje la reconocible personalidad ‘garcíamarquiana’ que tanto ha deleitado al mundo. Sin duda, eso es lo que más emociona: ¡Gabo en esencia pura! Lo otro es quien conduce el relato: Ana, una protagonista con carácter, responsable de sus decisiones e incertidumbres, que se reserva la libertad de vivir su sexualidad a plenitud, aunque sin dejar de lamentar la desgracia de ser una mujer en un mundo de hombres.
‘En agosto nos vemos’ es una novela espléndida, sin grandes ínfulas ni alardes, que nos deja con ganas de disfrutar sin término a ese Gabo inédito, que como un amor furtivo se desea que no tenga nunca final, sino un para siempre. Este año hablaremos de él, lo reinventaremos una y mil veces aquí en EL HERALDO, su casa, para no resignarnos a ponerle broche final a su historia en nuestras vidas.