Otro Día de la Mujer para resistir, para levantar la voz contra las desigualdades, discriminaciones e injusticias que las agotan. La lucha feminista no se libra en una sola jornada, eso sería reducirla a mera propaganda, esta es una labor para toda la vida. Tampoco se trata de un simple asunto de reivindicaciones o reclamos con enfoque de género, aunque también lo sea, teniendo en cuenta las persistentes e inconmensurables inequidades aún vigentes en nuestra sociedad global.
Este es un debate intenso como pocos, debido a sus desafiantes contradictores, que apuesta por hacer realidad un acto de justicia, de irreductible defensa de los derechos humanos, sin distinción alguna, que para un alarmante número de víctimas llega lamentablemente demasiado tarde. Ha sido así en el caso de Lorena Patricia Avendaño, hallada muerta en una vivienda en Usiacurí, decimotercera víctima de violencias contra mujeres en el Atlántico durante el 2024, asesinada por su pareja, o el de Valentina Trespalacios, a quien su novio, John Poulos, tras negarlo hasta el cansancio, admitió haber asfixiado mientras sostenía relaciones íntimas con ella.
La violencia machista, con su expresión más miserable: el feminicidio, es solo una de las muchas aristas de una conversación inacabable sobre barreras, inequidades, prejuicios y estereotipos de género, con sus manifestaciones más evidentes como el acoso digital, el hostigamiento sexual en las calles o el transporte público, las brechas laboral y salarial, la invisibilización del rol de madres y cuidadoras, la feminización de la pobreza, sin dejar atrás el techo de cristal y las trampas que acechan a las mujeres cuando alcanzan posiciones de poder. Ni hablar de las presiones estéticas, exclusiones edadistas u otras imposiciones sociales que someten a las mujeres a dañinos e implacables juicios de valor con brutales efectos, en particular, en la salud mental de las adolescentes y jóvenes, a quienes las redes les exigen ser bonitas o estar perfectas y delgadas.
Reclamar el fin de la vulneración sistemática de los derechos fundamentales de las mujeres o el desmonte de cánones nocivos que condicionan su vida, incluso desde que son unas niñas, debe ser una causa común entre generaciones, lo de menos es la edad, que abraza el feminismo. Es una cuestión de supervivencia, si cabe, para trabajar de la mano por la igualdad, que Naciones Unidas ha vuelto a señalar tomará 300 años alcanzar. No les dejemos esa tarea a nuestras tataranietas, procuremos buscar la equidad desde ahora, como lo han hecho muchas de nuestras madres y abuelas, a su manera, claro. Tampoco nos equivoquemos en los nuevos pasos a seguir.
El movimiento feminista, que no es moda ni desprecio u odio por los hombres, mucho menos la construcción de un mundo exclusivo para ellas, necesita sumar respaldos, de todos los géneros y orientaciones sexuales, para hacerlo sostenible. En la unidad está la clave para romper opresivos marcos mentales, también los reales, que les impiden a las mujeres avanzar en justicia y equidad.
Para alcanzar el “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”, definición de feminismo de la Real Academia Española (RAE), se precisa de solidaridad, de los debates en los escenarios políticos, de las movilizaciones sociales, de la educación afectiva, de la formación en valores, así como de un papel activo de los medios de comunicación. También de la incorporación de una agenda feminista con políticas paritarias en los ámbitos público, privado y académico. Invertir en las mujeres es garantía de crecimiento socioeconómico, dar respuesta a su urgencia de espacios más seguros, ofrecerles oportunidades educativas, laborales, sociales, culturales y de acceso a la justicia tienen que ser imperativos morales para las autoridades de Barranquilla, el Atlántico, y el Gobierno nacional, todavía en deuda con su Ministerio de la Igualdad y Equidad.
Hace falta un compromiso tangible, mucho más concreto, con menos carreta y más realidades, para, además de conmemorar fechas reivindicativas como esta con flores o chocolates, lo hagamos con logros que nos acerquen a la equidad de género. No podemos aceptar que esta lucha, en ocasiones silenciada en el imaginario social por crecientes tendencias negacionistas; otras veces instrumentalizada políticamente por quienes aprendieron a traducir en votos este clamor por derechos y libertades, termine diluida. Cuando no, estrellándose contra la indiferencia de quienes se niegan a concederles a las mujeres plena igualdad, contra el rearme de la ideología patriarcal que pretende regresiones a sus conquistas o contra los discursos populistas de tantos hipócritas que se vanaglorian en dividirnos. Unidas somos más fuertes, cierto, pero los necesitamos a todos.