El pasado Viernes Santo, el papa Francisco, sin emitir una sola palabra en la homilía de la Pasión del Señor que presidió en la Basílica de San Pedro, y aun ausente en el viacrucis que se cumplió frente al coliseo de Roma, dejó múltiples enseñanzas con su actitud y con sus meditaciones que se revelaron previamente a la ceremonia para revivir las 14 estaciones del camino a la cruz de Jesucristo tras ser condenado.

La oración en silencio del santo padre en la ceremonia de la Basílica encaja con su mensaje escrito para las dos primeras estaciones del viacrucis, en el que hace referencia a la importancia de callar y aprender a escuchar para encontrar el tiempo para conectarse con Dios en oración, pero que bien aplica para estos tiempos en que cada vez menos los seres humanos hallamos espacios para reencontrarnos y reflexionar sobre los dolores, las penas, las experiencias, los fracasos, y procesar el juicio de otras personas.

En su reflexión el papa evoca el silencio de Cristo frente a la condena generalizada, equiparándolo como una muestra de “mansedumbre, perdón y una vía para redimir el mal”.

Cuánta falta hace esa serenidad y mansedumbre para evitar caer en la tentación del odioso juego de las redes sociales que domina buena parte de la vida de hoy, en especial de los jóvenes, pero también de adultos, supuestamente responsables, en donde, tal como lo sentenció el papa Francisco, solo “basta un teclado para insultar y publicar condenas”.

Sin ningún asomo de pudor y con la velocidad de la luz cientos se abalanzan a través de sus pantallas a juzgar y condenar a cualquier persona, a someterla al escarnio público, con la autoridad que solo brinda el anonimato, en la mayor parte de los casos, para creerse con el derecho de señalar y lapidar sin asumir consecuencias ni responsabilidades.

Por eso en medio de sus meditaciones, el santo padre reflexiona sobre el papel de las mujeres, usando el ejemplo de Verónica, quien sola y contra la corriente, a pesar del juicio de todos, se arriesga a pasar entre los soldados para brindarle consuelo con una caricia a Jesucristo, solo movida por la compasión y el amor.

“Siguen siendo descartadas, sufriendo ultrajes y violencia”, medita Francisco sobre las mujeres y su dolor, al cuestionarse “ante la locura de la guerra” que deja niños sin saber sonreír, desnutridos y hambrientos, frente al dolor de sus madres.

Duro retrato de una realidad que no puede ignorarse ni pasarse por alto, porque cada vez es más creciente.

Callar, escuchar, perdonar, los verbos que promueven las meditaciones del papa Francisco. Y aparece uno más, pedir, puntualmente pedir ayuda, clamar.

Muchas veces “las garras de la ansiedad” atrapan a los seres humanos en los momentos de flaqueza, debilidad, frustración, tristeza, y cuando la única sensación es que no hay camino ni soluciones a los problemas. Falso. Siempre hay algo por explorar. “En las tormentas de la vida, en vez de callar y aguantar, clamar” por ayuda es imperativo.

Debemos aprender a solicitar auxilio, sin temor, sin vergüenza y con fe y confianza para poder salir adelante.

Recalcó en sus meditaciones y en sus homilías de la Semana Santa el papa Francisco en la necesidad y “el valor de elegir el perdón que libera el corazón y relanza la vida”.

Sería fantástico que cada ser humano acogiera el llamado del santo padre para permitirse gozar de una vida más plena, pero mucho más importante sería que quienes gobiernan, ostentan poder y toman decisiones puedan interiorizar el mensaje y dejarse guiar por el amor, la compasión, la lealtad, la solidaridad y todo lo bueno que les permita actuar en razón del interés colectivo antes que el particular, dejando egos a un lado y velando por el bienestar de quienes están bajo su responsabilidad.

No hay tiempo que perder, pero sí mucho por construir, así que a enfocar las energías en aportar y no destruir, en unir y no dividir, en amar y perdonar, no en odiar y condenar.