La escalada de tensiones bélicas en Oriente Medio alarma al mundo. El calculado ataque lanzado por Irán el sábado pasado, con más de 350 misiles de crucero, balísticos y drones contra objetivos militares en Israel, en represalia al bombardeo de ese país sobre su consulado en Damasco a comienzos de abril, en el que murieron mandos estratégicos de la Guardia Revolucionaria, el cuerpo élite de las Fuerzas Armadas del régimen de los ayatolás, ha hecho sonar tambores de guerra que se escuchan no solo en esa región de enorme conflictividad, sino en todo Occidente.

Desactivar la posibilidad de una guerra regional en un territorio convertido ya en un campo minado, sobre todo desde el 7 de octubre de 2023 tras el brutal ataque de Hamás a Israel y la desproporcionada respuesta de Tel Aviv, que ha cruzado las líneas rojas de la legalidad internacional provocando más de 34 mil víctimas mortales en Gaza, el 70 % de ellas menores de edad y mujeres, emerge como una preocupación compartida por los más importantes líderes globales. Casi todos han condenado la agresión iraní que, indudablemente, enardece el conflicto.

Si bien es cierto que una coalición de naciones aliadas, integrada por Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Jordania, cerró filas con Israel para interceptar o derribar uno a uno los proyectiles iraníes, que por cierto estaban cantados –así lo había anticipado Irán-, esto no significa que su alianza estratégica le asegure a Tel Aviv el respaldo que necesitaría para lanzar un ataque o, en la peor de las situaciones, una guerra frontal contra Teherán. Todo lo contrario.

La Casa Blanca, principal socio de Israel, notificó al primer ministro, Benjamín Netanyahu, que no cuente con ella, ni a nivel político ni en cuanto a su potencial armamentístico, para acompañarlo en una contraofensiva. Aún más, consciente de lo que está en juego, la comunidad internacional le ha pedido a Tel Aviv máxima contención para conjurar una escalada regional, sobre todo ahora que Teherán, aunque revalida sus amenazas, anuncia que no va a adelantar acciones adicionales.

Así las cosas Israel tiene ahora la última palabra, que de acuerdo con su ministro de Defensa llegará a manera de respuesta “en el momento adecuado”. ¿Cuándo o cómo? Difícil predecirlo, aunque los analistas se esfuercen en descifrarlo. Hacen parte de los muchos interrogantes abiertos en un escenario realmente incierto, en el que hoy caben todo tipo de interpretaciones. Quizás la única certeza tras la represalia iraní es que Netanyahu fue el gran beneficiado. Su discutido liderazgo recibió una inyección de oxígeno para reflotar. De cuestionado atacante de la arrasada Gaza, Israel pasó a ser, como en el primer momento luego del asalto terrorista de Hamás, una víctima del riesgoso juego geoestratégico de Irán, en el que el régimen suele maniobrar a diestra y siniestra con sus aliados, las milicias de Hizbulá, los hutíes de Yemen y Siria u otras facciones extremistas, mientras se oponen a los Acuerdos de Abraham que preveían el reconocimiento de los países árabes a Israel. Claramente, uno de los telones de fondo de la crisis.

Ahora que la diplomacia global acelera a fondo sus gestiones para desactivar la belicosidad que se propaga en Oriente Medio como fuego en pasto seco, los países occidentales deben tratar de disuadir a Netanyahu de que ordene en estos momentos una respuesta al insólito ataque iraní, que no se descarta más adelante. De igual manera es imprescindible que la comunidad internacional intensifique sus buenos oficios para que el primer ministro acepte cuanto antes un alto el fuego en Gaza, donde la emergencia humanitaria se torna cada día más crítica.

No será fácil. A pesar de que se rompió la inercia que aislaba a Israel por sus excesos en la Franja, Netanyahu continúa en la cuerda floja, presionado por sus ministros ultras, en tanto la tormenta interna y externa que se abate sobre él no cesa. Pretender que ahora retorne la calma a la región resulta quimérico; buscar que la escalada no siga al alza parece más realista. Si no se produce una reacción de Israel al ataque directo de Irán, el primero de forma tan clara en su beligerante relación de décadas, y se lograra un acuerdo de alto el fuego e intercambio de rehenes en Gaza, podrían sentarse las bases de un horizonte con menos conflictividad regional y, por qué no, hasta habría espacio para avanzar hacia la coexistencia gradual de los dos Estados: Israel y Palestina.