Una de las conclusiones del cónclave que el presidente Petro celebró con su equipo de gobierno en Boyacá durante el pasado fin de semana apuesta por concretar lo que ha llamado “la reactivación económica plena”. Más vale tarde que nunca. Anuncia el jefe de Estado la presentación al Congreso de un paquete de medidas, que estaría apenas en construcción y del que no anticipa todavía si se trata de una reforma tributaria, de un aumento del cupo de endeudamiento o de acciones de otra naturaleza con las que se busca encarar el actual decrecimiento económico que, indudablemente, demandará la toma de decisiones concertadas.

Nada más cierto que se ha perdido tiempo para buscar soluciones, el mismo que ahora le empieza a faltar al Ejecutivo para concretar las metas consignadas en su Plan Nacional de Desarrollo. Así que resulta prioritario que ad portas de iniciar su tercer año revisen la metodología hasta ahora empleada con el propósito de encauzar sus derroteros, encontrar factores de mínimo común denominador con sectores estratégicos de la economía, sobre todo con los más afectados por la suma de crisis, y acelerar la puesta en marcha de salidas efectivas a los desafíos de este momento.

En estos casi 21 meses la realidad nos ha demostrado que las confrontaciones ideologizadas, la polarización política al alza o la crispación entre instituciones, como argumentos para la indignación, no garantizan hallar las respuestas que reclaman los ciudadanos ante el desempleo, la informalidad, el descenso de sus ventas, negocios que no dejan margen de rentabilidad, aumento de la inactividad laboral o un mayor endeudamiento de hogares, comercios e industrias.

Lo saben bien en las calles de Barranquilla, donde los comerciantes estacionarios durante días o semanas, incluso, regresan a casa ‘sin bajar bandera’. En un 22 % se desplomaron sus ventas en el primer trimestre del año, según le confirmó a EL HERALDO el presidente del gremio, Joaquín Cervantes. Guardadas proporciones, traslade ese panorama tan desalentador al sector automotor, infraestructura, confección, comercio, entre otros, que en algunos casos enlazan más de un año de batacazos. Solo el de la construcción encadenó en marzo 21 meses de caídas en ventas, 13 meses en el de iniciaciones de proyectos y perdió más de 50 mil empleos en febrero.

En resumidas cuentas, si la actividad económica se reduce, la ocupación laboral se resiente. Eso lo sabe un estudiante de primer semestre de Economía. Ya podría tenerlo bastante más claro el Gobierno del Cambio que debería escuchar con atención, por un lado, a los gremios para sumarlos a su plan de choque, en vez de dedicarse a demonizar todo lo que hacen o dicen. Y, por otro, a los representantes de sectores populares o grupos poblacionales vulnerables, como mujeres y jóvenes, que siguen a la espera de opciones para obtener un empleo estable y formal.

Caminamos sobre un terreno farragoso, en el que la desconfianza por una visión inestable de país, la inversión en mínimos por la incertidumbre instalada en el imaginario colectivo debido a mensajes erráticos e improvisados, además de impredecibles, sobre cambios en las reglas de juego, sumado a tasas de interés que continúan altas y, cómo no, al discurso incendiario de figuras políticas claves, comenzando por el del jefe de Estado, nos acercan a un escenario sombrío. Cualquier paso en falso juega en contra del que debe ser un propósito nacional para impulsar la economía, de la que depende invariablemente el bienestar y desarrollo social del país. Las transferencias monetarias tienen un comprobado impacto en la pobreza, pero no la erradican. Educar y generar trabajo digno son pilares que dan forma a una sociedad madura.

Que el anunciado plan de choque económico no se quede en un monólogo del presidente exige trabajo articulado, sobre todo, entre el ministro de Hacienda, dispuesto como está a reestructurar el modelo productivo colombiano, a saber cómo y con quién, y el ministro del Interior, quien asegura que ahora el Gobierno acudirá al Congreso “con propuestas y no con órdenes”. Son evidentes sus señales de agotamiento, de suerte que deberían esforzarse en encontrar aliados mediante consensos que convoquen a la moderación para obtener resultados.

De lo contrario es probable que nos quedemos dando vueltas en un mismo punto sin entender lo que ocurre, ensimismados en una campaña electoral anticipada que tiene pinta de hacerlo todo más duro, mientras la proyección de la economía en 2024 habla de un crecimiento de 1 %.