El pasado sábado 4 de mayo, una calle del barrio El Bosque, en la localidad Suroccidente de Barranquilla, fue el escenario de una nueva riña bajo la lluvia, de esas que se han vuelto cotidianas desde hace muchos años en distintos sectores de la capital del Atlántico y de su área metropolitana, especialmente en Soledad, donde, según lo registró el año pasado El HERALDO, justo para esta misma época en que empezaba la temporada invernal, las autoridades habían identificado nueve puntos críticos de esta grave conflictividad social.
En esta ocasión el choque de dos grupos de jóvenes dejó como resultado un adolescente de 15 años muerto al recibir una pedrada que lo dejó inconsciente y tendido sobre la vía que parecía más un campo de batalla, y en donde más que agua llovían piedras, palos y quién sabe cuántos más objetos contundentes y armas blancas.
Aunque intentaron auxiliarlo y lo llevaron hasta un centro asistencial cercano nada pudieron hacer los médicos para salvarle la vida, pues el impacto que recibió en su cabeza fue mortal.
Nada más cuatro días después, el miércoles 8 de mayo, mientras que buscaba a su hijo de 13 años y lo sacaba de otra batalla campal que se tomó las calles del mismo barrio El Bosque, resultó con una herida de bala en el abdomen una mujer, que por fortuna pudo recibir atención médica inmediata y está a salvo.
Registros de prensa desde 2016, incluidos los de EL HERALDO, dan cuenta de que al menos 10 personas han muerto y 20 han resultado heridas en estos enfrentamientos inexplicables que se detonan particularmente en medio de los aguaceros en puntos que ya son habituales.
En el caso de Barranquilla, Siete de Abril, Conidec, Carrizal, Las Cayenas, El Pueblito, Las Gardenias, Siete de Agosto, El Bosque, Las Américas, Santo Domingo y La Sierrita, entre otros barrios, son los sectores más golpeados por esta problemática, que preocupa enormemente a sus comunidades, porque además los choques entre esos grupos, integrados en su mayoría por adolescentes y jóvenes, han pasado de las piedras a los cuchillos, machetes y hasta balas.
El tema ha sido evaluado y diagnosticado hasta la saciedad por las autoridades y también por expertos que han intentado encontrar la raíz de este grave conflicto social que termina dejando en el medio a los residentes de los sectores donde se presentan estas riñas, porque tienen que atrincherarse en sus viviendas para no correr riesgos, pero también hay una enorme exposición a que puedan presentarse casos de hurtos y ataques a personas que nada tienen que ver con los duros enfrentamientos, sin contar con los daños sobre tejados y fachadas de las casas cercanas.
Muchas estrategias se han aplicado en procura de eliminar las llamadas pandillas juveniles y de reducir las riñas bajo la lluvia, de parte de las autoridades distritales y municipales; sin embargo, pareciera que las precipitaciones activaran la violencia en estos jóvenes que una y otra vez salen a cumplir con la misma perversa rutina contra la que ninguna estrategia ha sido realmente efectiva, pues también pareciera que ellos sintieran la licencia de que justo cuando llueve no aparecerá ninguna autoridad que pueda controlarlos y hacerlos cesar en su voluntad de agredirse sin piedad.
La pregunta es por cuánto tiempo más los residentes de estos barrios afectados por esta problemática tendrán que soportar la situación que pone en riesgo su integridad y la de sus viviendas. ¿Qué tanto más pueden y deben hacer las autoridades para frenar esta práctica que parece sin control y sin fin? ¿Cómo pueden las familias, los padres, incidir con su disciplina y educación en casa para que estos jóvenes desistan de salir a matarse bajo la lluvia?
Toca seguir insistiendo, buscando salidas y nuevas estrategias para lograr que la juventud barranquillera y soledeña, sobre todo, que es la más involucrada, encuentre espacios donde expresarse de forma diferente, pacífica, sin acudir a la violencia para marcar territorios o líneas rojas que no son de nadie, son de todos.