Juan Manuel Santos abandona su autoimpuesto exilio dorado como expresidente para defender “la letra y el espíritu” del acuerdo de paz que firmó con las Farc en 2016. Hace unos días calificó de “absurdo” que este se intentara usar como punto de partida o puerta de entrada para convocar una asamblea nacional constituyente, pasando por alto las líneas rojas que los negociadores de su gobierno y la guerrilla pactaron en la mesa de La Habana. Hacerlo, por fuera de la Constitución, acudiendo a vías extralegales, vaticinó, “se enfrentaría con el poder legislativo, con el judicial, con las Fuerzas Armadas y con la gran mayoría de los colombianos”.
Ahora sus argumentos, expresados en una extensa carta al secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ahondan en los impredecibles riesgos, a decir verdad amenazas, de la incierta aventura populista que insiste en echar a andar el presidente Petro, su excanciller Álvaro Leyva y otros funcionarios del Ejecutivo, al impulsar un proceso constituyente popular, a través del acuerdo.
Santos reitera que ninguno de sus apartes “propone o insinúa que se puedan desconocer en el futuro las reglas establecidas en la Constitución vigente”. O lo que es lo mismo, a pesar de las interpretaciones con cálculo político de Leyva, contrariando el significado de su “objeto, alcance y finalidad,” el texto no prevé mecanismos extrainstitucionales ni nada que se le parezca para hacerle el quite al ordenamiento constitucional, como lo corroboró en su momento la ratificación que del acuerdo hizo el Congreso y la revisión a la que lo sometió la Corte Constitucional.
Pese al enrarecido clima de insana confrontación política asociado a la crisis de gobernabilidad, recrudecido a diario en distintos ámbitos de la nación, persisten los protagonistas de esta innecesaria e irresponsable controversia en aumentar el alcance de su obstinada retórica. Como si por repetir hasta el hartazgo la supuesta validez del acuerdo como instrumento para convocar a la constituyente se soslayara la “tergiversación peligrosa y equivocada” advertida por Santos.
Intenta en vano el ex jefe de Estado con sus precisiones una cura de humildad para el excanciller Leyva, arquitecto en jefe de la tesis que a la constituyente se llega vía acuerdo de paz de 2016. Este, con su acostumbrada suficiencia, recibe el mensaje como si fuera una bomba incendiaria y acto seguido le espeta una soflama en la que promete explicarle con plastilina el acuerdo que, digan lo que digan los contradictores del proceso con la guerrilla, Santos diseñó, avaló y presentó ante la comunidad internacional. Este es otro penoso episodio totalmente prescindible que retrata las extenuantes rencillas de la política, animadversiones ganadas por el exceso de arrogancias, egos o vanidades que perviven en los círculos de poder, en este caso en el de la paz.
Instalado cómodamente en el malabarismo de la teoría de Leyva acerca de que el acuerdo con las Farc, ligado a una declaración unilateral de Estado ante la ONU, no solo lo avala, sino que lo obliga a convocar una constituyente, el presidente Petro arremete contra Santos, a quien percibe “confundido” por no entender “una palabra de lo que él mismo firmó”. También reparte culpas contra “el sindicato del pasado”, el de los expresidentes, del que dice es un “poder que no quiere la paz” ni los cambios. Y en el momento culmen de su proclama, justo cuando hablaba de lo que nunca habla, de asamblea nacional constituyente, deja caer que no descarta ni niega la posibilidad de una reelección en un futuro, “porque el poder constituyente tiene que expresarse”, aunque antes o después se apresure a indicar que no es lo que quiere. ¿Y entonces?
¿Realmente es necesario todo este ruido en pos de algo que quizás nunca se concrete: sea constituyente o reelección, pero que sí genera una enorme confusión en la opinión pública, erosiona aún más la confianza de sectores económicos, desgasta a los círculos políticos en la recta final de la legislatura y, sobre todo, aleja del debate público crisis que exigen soluciones urgentes?
¿Será que todo es una provocación o una gran mentira? Vaya uno a saber. Cero nervios, diría el excanciller Leyva, que prepara la visita de Petro a la ONU para denunciar que el Estado, que él preside, no quiere cumplir con el acuerdo de paz, el mismo que le avala para convocar una constituyente. Es lo que tenemos, no queda más que decirlo con claridad para evitar seguir deslizándonos en el mismo terreno resbaladizo que hasta ahora no nos conduce a ninguna parte.