El triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales de Venezuela no es creíble ni legítimo. Principalmente porque a pesar de que la autocracia que gobierna el vecino país desde hace 25 años proclame a voz en cuello lo contrario, los resultados de los comicios están muy lejos de reflejar la elocuente voluntad de cambio expresada por millones de ciudadanos en las urnas.
También porque el conteo de los votos, sospechosamente suspendido durante al menos 6 horas por un supuesto hackeo informático, del que ahora el fiscal venezolano responsabiliza –sin pruebas– a la líder opositora María Corina Machado, no ha dado garantías de transparencia ni se conoce la totalidad de las actas del escrutinio, indispensable para auditar la veracidad de los datos del Consejo Nacional Electoral. Otro de los tantos órganos coaptados por el oprobioso régimen chavista, acusado de manipular las cifras para favorecer la continuidad de Maduro.
Lo que ocurrió el domingo en Venezuela se percibe como un fraude. Es lo que se desprende de las graves denuncias formuladas por la oposición, de la evaluación de analistas y organizaciones de la sociedad civil y del conmovedor sentimiento de desengaño desatado entre votantes, que con rabia se han volcado a las calles a protestar contra lo que catalogan de un robo descarado.
A Edmundo González, quien lideraba la intención de voto hasta con un 30 % de diferencia por encima de Maduro, la maquinaria estatal le habría evaporado en cuestión de horas millones de sufragios. La tendencia consignada en el 73 % de las actas electorales recopiladas por testigos de la oposición, pese a las restricciones impuestas por el régimen, no se ajusta al resultado "contundente e irreversible", dado a conocer, a las mil y quinientas, por el presidente del CNE.
Sabemos de sobra que en Venezuela no se celebran elecciones libres, justas ni transparentes, entre otras razones, por la vulneración sistemática del derecho a la participación política a elegir y ser elegido de sectores de la oposición duramente reprimidos, no ahora, sino de tiempo atrás por la férrea estructura de poder producto de la “unión cívico militar y policial” instaurada por el chavismo. Sin embargo, en esta ocasión el desenlace de la tortuosa ruta electoral del vecino país podría ser ¿distinta? a juzgar por la oleada de reacciones de la comunidad internacional.
Con más o menos matices, gobiernos de Iberoamérica y Europa presionan al régimen. Se expresan preocupados, estiman que los resultados no reflejarían la voluntad democrática o la soberanía popular de los venezolanos, solicitan al CNE la publicación inmediata de las actas de votación en detalle y la revisión completa de los datos oficiales por veedores independientes y con acceso a la oposición para verificar si Maduro ganó los comicios. A su manera, reclaman pruebas del supuesto fraude para valorar los pasos a seguir con un régimen que ha mostrado su profundo desprecio por la alternancia democrática en el poder, al que se aferra al precio que sea.
Buen intento. Venezuela debe saber que no está sola. En todo caso, la destemplada respuesta del envalentonado mandatario reelecto, que no tardó en llegar, vino a confirmar su talante despótico, desdén hacia la diplomacia e inminente radicalización ante las críticas. Su Gobierno ordenó la expulsión “inmediata” de siete embajadores latinoamericanos por “injerencistas”, no sin antes catalogarlos de derecha, mientras dijo que retirará a sus delegaciones de Argentina, Chile, Perú, Uruguay, Costa Rica, Panamá y República Dominicana. Maduro ejerce de dictador. Sin medir el impacto de su despótica determinación opta por el aislacionismo y la descalificación, usando su amenazante tono de manual de perfecto populista para eludir sus responsabilidades.
Venezuela se ha adentrado en un abismo de dolor e indignación popular, por el que había transitado en otras ocasiones, siempre con un elevado costo en vidas, brutal represión y desarraigo por la durísima decisión de migrar. ¿De qué dependerá que ahora sea diferente? Difícil aventurarse a dar una respuesta o a anticipar que habrá una acción conjunta de Colombia, Brasil y México, países con Ejecutivos ideológicamente cercanos a Maduro. O una iniciativa de diálogo o nuevas sanciones liderada por Estados Unidos, inmerso como está en el laberinto de un año electoral, con tensiones abiertas con Rusia, China e Irán, aliados del régimen. Nada resulta claro.
Tras años de desolador exilio, los ciudadanos se ilusionaron con la promesa de cambio de María Corina Machado y Edmundo González. Su movilización fue sin precedentes, también lo fue la burda estrategia de Maduro para evitar ser sacado del poder. Pese a que este le espete al mundo y, en especial, a la oposición, en tono pendenciero: “no pudieron ahora, no podrán jamás”, la lucha por la libertad, la justicia y la verdad no termina nunca. Gloria al bravo pueblo de Venezuela.